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27 de diciembre de 2024, 3:00 AM
27 de diciembre de 2024, 3:00 AM

Llegamos extenuados a fin del año 2024. Y tendremos que hacer muchos esfuerzos para que podamos despertar este 1 de enero optimistas y renovados para enfrentar los desafíos que traerá este 2025, año del bicentenario de la fundación de la República.

Esta rememoración sería, en circunstancias normales, motivo suficiente para generar entusiastas actividades en todos los campos de la vida del país, así como el hecho de que probablemente el 2 de enero serán posesionados los nuevos magistrados de Órgano Judicial Plurinacional (OJP) y el Tribunal Constitución Plurinacional (TCP) que abren un resquicio de esperanza en que podrían haber cambios importantes en esas instancias (por ejemplo, que por lo menos sus nuevos miembros ya no se dediquen a dar golpes de Estado como lo hicieron cotidianamente sus antecesores prorrogados). Lamentablemente todo está opacado por la crisis estructural que vive el país y la falta de referentes que nos permitan recuperar confianza en el futuro.

Pero, por más problemas que haya, no debemos desaprovechar que el cambio de año nos convoca a renovar sueños, esperanzas, compromisos en todos los ámbitos en los que transcurre nuestra vida.

En este sentido hay que hacer nuestros los mensajes del papa Francisco al inaugurar el Jubileo de 2025 y abrir la Puerta Santa de San Pedro, y en Navidad cuando invita a todas las personas, a todos los pueblos y naciones a “armarse de valor para cruzar la Puerta, a hacerse peregrinos de esperanza, a silenciar las armas y superar las divisiones”.

En esos mensajes el Papa ha denunciado los graves conflictos que hay en el planeta, entre ellos en nuestra región pidiendo que “el Niño Jesús inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad, con el fin de encontrar lo antes posible soluciones eficaces en la verdad y la justicia, para promover la armonía social, en particular en Haití, Venezuela, Colombia y Nicaragua, y se trabaje, especialmente durante este Año jubilar, para edificar el bien común y redescubrir la dignidad de cada persona, superando las divisiones políticas”.

Subrayó también “la importancia de redescubrir durante este Año Santo el sentido de nuestra existencia y la sacralidad de cada vida y de “recuperar los valores fundamentales de la familia humana”. Pidió por los más frágiles, por todos los niños y, especialmente, los que sufren por la guerra y el hambre, por los ancianos.

Finalmente, el Papa ha dado un mandato: silenciar las armas y superar las divisiones; derribar todos los muros de separación, ideológicos y materiales; perdonar las deudas, especialmente aquellas que gravan contra los países más pobres y no tener miedo a dar pasos hacia la reconciliación y la paz, “incluso con nuestros enemigos” y ser “peregrinos de esperanza”.

Me parece, insisto, en que esos mensajes nos llegan como anillo al dedo. La crisis que ya está entre nosotros y se agrava día que pasa, exige salir de las trincheras y abrir espacios de diálogo para reencauzar al país hacia el desarrollo, manteniendo y profundizando la democracia y el estado de derecho.

El pedido del papa Francisco a todos los hombres y mujeres de buena voluntad es claro: trabajar para “edificar el bien común y redescubrir la dignidad de cada persona, superando las divisiones políticas”.

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