Opinión

Al borde del precipicio

29 de septiembre de 2020, 5:00 AM
29 de septiembre de 2020, 5:00 AM

En tiempos de elecciones, quien menciona que se avizoran tiempos difíciles, parece ser un agorero de la desesperanza. Esto, sin embargo, es lo que hay que aguardar en estos días de confrontación cerril entre los pretendientes a gobernar el país. 

El encono, ahora, cobra mayor notoriedad por la desgracia que nos agobia: la pandemia del coronavirus, todo agudizado por las carencias de un Estado interventor. Esto sucede precisamente ahora que las elecciones, programadas para octubre, si fueran oportunas –parecen no serlo–, podrían marcar una gran diferencia con el pasado populista para edificar una nación verazmente democrática.

Sin embargo, en algunos casos se olvida que los pasados catorce años fueron ejemplo de lo que no se deber hacer cuando se gobierna un país; se derrocharon los grandes ingresos fruto de una época excepcional y que para Bolivia pudieron servir para el despegue del desarrollo económico y social del país. Pese a esto, aún hay candidatos que añoran el régimen que dilapidó lo que obtenía el país y ahora, obstinados, afirman que pretenden reeditar ese modelo fracasado. Pero no es previsible que se repita la época de las “vacas gordas”, es decir los elevadísimos precios internacionales de los productos que exporta Bolivia.

También habrá que tomar en cuenta que en los pasados catorce años se ha abandonado la sensatez y el respeto mutuo entre la mayoría y las minorías. 

Esto ya ocasiona que, junto con el caudillo desplazado que propone su retorno, haya otros políticos que, quizás sin advertirlo, se unen a la corriente que no concibe un Estado liberal que respete los derechos de sus ciudadanos y que asegure la vigencia de los valores democráticos y la institucionalidad republicana. Se proponen, en cambio, mantener un Estado interventor y agrandado.

No se repara en que el dirigismo, como el de Cuba, Venezuela, Nicaragua y lamentablemente ahora el de Argentina, solo causa grandes crisis. 

No se advierte, entre las actuales opciones, el firme propósito de hacer un verdadero cambio; no el que lleva al colectivismo marxista, sino el que respeta los bienes, la vida, la integridad y el honor de los ciudadanos. Privatizar lo mal estatizado, es presentado como una opción de aprovechadores, cuando en realidad es una de las medidas para luchar contra la corrupción que tan frecuentemente crea el estatismo.

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