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20 de julio de 2022, 4:00 AM
20 de julio de 2022, 4:00 AM

No siempre una buena intención, acaba bien. Nunca me cansaré de repetir y enseñar lo dicho por el sabio Salomón, que lo más importante de algo no es cómo comienza, sino, cómo terminará. Cuántas veces lo que parece empezar bien, concluye mal. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Las buenas intenciones en el campo productivo no cuentan, sino, pregúntenle al expresidente de la República Democrática Socialista de Sri Lanka, que acaba de renunciar por un alzamiento popular contra su gobierno porque “le peló” al apostar por una “agricultura 100% orgánica”, prohibiendo la importación de fertilizantes y plaguicidas.

“Gran parte de la indignación de los manifestantes que asaltaron el palacio presidencial estaba relacionada con el ambicioso -pero profundamente defectuoso- plan del mandatario para modificar la forma de cultivar en el país. En abril de 2021, el presidente Rajapaksa anunció su intención de que el país produjera alimentos totalmente orgánicos (…) Fue la prohibición de los fertilizantes lo que nos ha llevado a la crisis alimentaria. Además de la crisis económica. Si no hubiera prohibido los fertilizantes, al menos ahora tendríamos suficientes alimentos para comer”, reportó la BBC NEWS (“Qué papel jugó la agricultura orgánica en la grave crisis económica que llevó a la caída del gobierno de Sri Lanka”, www.bbc.com, 16.07.2022).

El querer jugar al ecologismo hizo que el precio del arroz trepara como nunca y Sri Lanka, de ser autosuficiente, acabó gastando cientos de millones de dólares para importar arroz caro, pues su producción, como la de otros alimentos, se fue “al tacho” gracias a aquella determinación (seguramente, ni a los gobernantes ni a sus asesores activistas les faltó “alimentos orgánicos”, aunque son caros).

Hay una lección aprendida en esto: la gente puede ser pobre, incluso estar enferma, pero si sufre hambre se manifiesta, protesta y ¡tumba gobiernos!

El “sueño orgánico” se convirtió en pesadilla para Sri Lanka: los resabios de la pandemia del Covid-19; la caída del turismo receptivo; un comercio exterior deficitario que le impidió pagar su deuda externa y contar con dólares para importar combustibles, medicamentos y alimentos, explican la debacle económica y la crisis alimentaria provocada por el gobierno depuesto.

Tal vez los asesores “verdes” pensaban que lo estaban haciendo bien tratando de imponer mediante una ley la “agricultura ecológica”; prohibiendo importar “agrotóxicos”, dada su fijación anti “agronegocio”; llevando a la miseria a los agricultores (seguramente, sin que esto les afecte a ellos, como “ecologistas”).

“El cultivo de té ha sido otro de los grandes perjudicados por esta conversión a la agricultura orgánica (…) en septiembre de 2021 la producción se había vuelto diez veces más cara mientras que la falta de fertilizantes y pesticidas provocó una caída del rendimiento productivo de los agricultores (…) Expertos como J. M. Mulet, alertan de los peligros de falacias de “lo natural” sin base científica, y defienden las innovaciones tecnológicas que aporten nuevas herramientas a los agricultores para asegurar su producción con el mínimo impacto medioambiental”, comenta una interesante nota (“¿Cuánto influyó en la crisis de Sri Lanka la imposición de un salto hacia la agricultura orgánica?”, www.agraria.pe, 13.07.2022).

Pero, el reclamo no solo se dio en el Tercer Mundo. Un gran “tractorazo” impidiendo la circulación de vehículos se produjo en el Primer Mundo con agricultores holandeses enojados por la decisión de su gobierno de “reducir las emisiones de contaminantes como el óxido de nitrógeno y el amoníaco a la mitad para el 2030 (…) Los agricultores se indignaron con los planes del Ejecutivo que pueden requerir que usen menos fertilizantes y reduzcan el ganado”, lo que afectará su labor (“La ruina provocada por la ‘locura verde’ amenaza la paz social en todo el mundo”, www.gaceta.es, 11.07.2022).

Lo visto en Sri Lanka y Holanda debe llamar la atención. El “romanticismo orgánico” es insuficiente para producir más alimentos a bajos precios, como precisa la humanidad. Con el hambre no se juega… Cuando “se mete la pata”, ni el controlar precios; racionar compras o que el Estado produzca y venda alimentos e imponga restricciones a la actividad privada, remediará el problema. Cuando la gente ve subir los precios y hace cola para abastecerse, se cansa y protesta. Frente a esta situación, tomar decisiones basadas en la ciencia, es sabio; contaminarse con ideas anticientíficas, no.

Un profesional solvente -Agrónomo, Veterinario, Ingeniero en Alimentación, etc.- siendo ministro de Agricultura pondrá la ciencia y la tecnología al servicio de los productores a quienes se debe. No así los funcionarios ajenos a la realidad, ideologizados, timoratos, dados al cálculo político y a crear conflictos; la ignorancia, la corrupción, la improvisación y la codicia del poder no son buenos, todo lo contrario. Aprendamos de Sri Lanka… ¡de qué sirve una buena intención y acabar escapando?

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