Opinión

Amar las Olimpiadas

13 de agosto de 2021, 5:00 AM
13 de agosto de 2021, 5:00 AM

¿Qué significan las Olimpiadas para la Humanidad? ¿Qué significaron en el antiguo mundo de los griegos? ¿Por qué fueron “resucitadas” a fines del siglo XIX? ¿Qué consiguieron estos 100 años? ¿Por qué saltan las lágrimas cuando vemos el esfuerzo de un desconocido, la premiación a una adolescente, la caída de un atleta? ¿Por qué una carrera de 100 metros, 10 segundos, detiene el aliento de millones de televidentes?

Las Olimpiadas Tokio 2020 (2021) invitaron a reflexionar sobre todo ello. Primero: la esperanza, porque las autoridades, los responsables de las entidades deportivas, los deportistas, los voluntarios, todo el personal involucrado hicieron posible su desarrollo en medio de la crítica pandemia mundial.

Las Olimpiadas, a pesar de todos los conflictos políticos, sociales, económicos, mostraron rostros de todos los tonos de tez; cabellos de formatos incontables, incluyendo llamativas extensiones amarillo patito o rosado fucsia; ojos redondos, rasgados, grandes, pequeños, negrísimos o claros como el cielo. Manos unidas, abrazos incontenibles, saludos con besos. Cuerpos perfectos, trabajados, desafiados. Algunos semejaban talladas esculturas de héroes griegos, de diosas romanas.

La ceremonia de clausura, sin las tensiones del inicio, fue planificada hasta su último detalle para que cada palabra, cada bandera, cada ramo de girasoles, cada danza, cada tambor tenga un mensaje de paz, de amistad, de amor entre los seres humanos. A la vez, la entrega de la posta a París 2024 evidenció el desarrollo espectacular de la tecnología y los franceses privilegiaron mensajes de su ser nacional más profundo dándoles al mismo tiempo el vuelo al infinito, sin fronteras. “Más rápido, más alto, más fuerte”: “citius, altius, fortius”, repitió Emmanuel Macron como De Coubertin en 1894.

Diálogos y soportes que ilustran cuán lejos están países como Bolivia de la noción del bienestar, del confort, del desarrollo sostenible, de la planificación estatal, de las visiones de largo plazo, de las políticas públicas para lograr resultados.

El océano que separa a las declaraciones políticas que escuchamos acá de los valores que demostraron los atletas allá: mente sana en cuerpo sano, disciplina, empeño, constancia, pasión por lograr la meta, confianza en el árbitro, ¡respeto a las reglas de juego! Mientras el régimen boliviano difundió su logo excluyente y grotesco, Japón, Francia o Kenia o Jamaica flamearon sus banderas y símbolos nacionales, inclusivos, emotivos.

Me siento privilegiada porque amo las Olimpiadas, sus historias originales en el mundo griego -ese vaso de conocimiento siempre actual- que nos llega desde la cultura occidental. Tuve la oportunidad de leer sobre ellas y sobre las competiciones modernas porque tuve libros en mi infancia.

En mi barrio nos reuníamos para seguir las competencias a través de la radio o para intercambiar las revistas “Estrellas del deporte” con biografías tan inolvidables como la de Wilma Rudolph, campeona en 100 metros, negra, pobre, con polio y vencedora de su propio destino, la ‘Gacela negra’.

En mi colegio Mariscal Braun nos enseñaban a amar y a practicar el atletismo; teníamos una cancha para distintas disciplinas; un foso para salto largo; un gimnasio bien equipado y ganábamos muchas competencias estudiantiles.

Mirábamos las Olimpiadas como un horizonte que se abría. En cambio, la narrativa del MAS quiere negar esa visión amplia. En vez de ayudar a que todos los niños bolivianos aprendan de la cultura universal, buscan negarla y ningunearla.

Lupe Cajías es Periodista


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