A comienzos de este año detectaron cáncer uterino a Juana Medinaceli, mamá de cuatro niños. Su compañero de vida vende bolos y gelatina para su tratamiento, pero no cubre la resonancia magnética

16 de septiembre de 2022, 7:34 AM
16 de septiembre de 2022, 7:34 AM

La casa de los García-Medinaceli era pura felicidad con el nacimiento del cuarto retoño, que hoy tiene un año. Pero cuando el bebé tenía solo tres meses, Juana (26) empezó a tener algunas secreciones extrañas a las que no dio la importancia suficiente. Con los meses, el problema fue empeorando, hasta el grado de convertirse en hemorragias periódicas.

A comienzos de año, Juana Vicenta Medinaceli llegó a la emergencia del Hospital Alfonso Gumucio Reyes, de Montero. Ahí sintió que la vista se le oscureció y que se había vaciado en sangre.

Le hicieron análisis y le dijeron que posiblemente se trataba de cáncer. “Me sentí fría y muda, no podía hablar, lo único que hice fue llorar al pensar en mis hijos”, recuerda Juana.

De Montero, donde radican ella y su esposo Ronald García, la derivaron al Hospital Oncológico en la capital cruceña. Ahí la sometieron a varios estudios, y el mes pasado recibió quimioterapia y radioterapia.

Le tocaba una resonancia magnética, para que los especialistas evalúen en qué medida funcionaron los tratamientos, pero hasta la fecha, los esposos García-Medinaceli no han conseguido el dinero suficiente.

La trabajadora social del Oncológico logró que les hicieran un precio especial, de Bs 750, pero solo reunieron Bs 400, fruto del esfuerzo de la suegra de Ronald, que es trabajadora del hogar en una propiedad en Montero.

Debido a la tardanza, Juana fue dada de alta, y ha caducado la fecha cuando debió hacerse la resonancia, el pasado martes 13 de septiembre.

Actualmente se encuentran en casa del hermano de Ronald, cobijados mientras dura todo el tratamiento. La vivienda está ubicada en la periferia, y ya han tenido que ‘volar’ al hospital por emergencia, lo que significa entre Bs 50 y 60 en taxi, la ganancia del día de Ronald.

Dejó su trabajo

Los familiares de un paciente con cáncer, atendido en el sistema público de salud, en muchos casos deben abandonar sus trabajos para corretear en busca de remedios y en papeleos. Fue el caso de Ronald, que dejó su trabajo y emprendió con la venta de gelatina, bolos de tamarindo y mocochinchi en el mismo Oncológico.

Mientras Juana estuvo internada, él ofrecía su producción a los visitantes del centro hospitalario, pero ahora se busca la vida por su barrio. Sin embargo, a menudo los bolos llegaban derretidos por la precaria conservadora prestada por su cuñada, que llegaba al tercer anillo de Equipetrol, desde el noveno anillo de la zona este de la ciudad.

Amor a prueba de cáncer

Ronald y Juana se conocieron hace nueve años, cuando ambos trabajaban en una pollería, ella como mesera y él de cocinero.

Al comienzo de la relación, la suegra de Ronald se opuso y los separó por un año porque a él le gustaba la bebida.

Juana le dijo a su madre que ella lo haría cambiar, y ni bien su madre se fue a trabajar a Chile, Juana buscó a su amado y un bebé los mantuvo unidos hasta hoy. “Él no toma nada hoy, es muy tranquilo. No sé qué haría si no me apoyara, él y mis hijos me dan fuerzas para seguir”, cuenta Juana, pero reconoce que por las noches a veces estalla en llanto. “Debe ser porque hace casi un mes que no veo a mis niños”, suspira.

Sus pequeños, de 8, 6, 3 y 1 año, actualmente están en manos de su abuela, ya que Juana necesita curarse definitivamente. “Tengo miedo que empeore por la falta de recursos, pero dejo todo en manos de Dios”, dice Ronald.