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30 de septiembre de 2024, 4:00 AM
30 de septiembre de 2024, 4:00 AM

Si algo positivo podemos extraer de los desastres medioambientales que sufrimos año tras año, es el surgimiento de una legión de personas comprometidas que, por estar en primera línea en la lucha contra el fuego, se están convirtiendo en expertos en la prevención, combate y extinción de incendios forestales, así como en la revitalización de nuestros maltratados ecosistemas.​

Entre ellos se encuentran bomberos voluntarios, científicos, ambientalistas, productores responsables y comunidades que, en medio de la catástrofe, están adquiriendo información valiosa. Los únicos que no aprenden son los avasalladores que provocan los incendios para luego traficar con la tierra. A ellos les corresponde la cárcel.

Las siete millones de hectáreas quemadas este año son una alerta: la destrucción del ecosistema del oriente boliviano está alcanzando un punto de no retorno. Nos estamos jugando nuestras últimas cartas para salvar la flora, la fauna y la sostenibilidad de la vida humana en estas llanuras sudamericanas. Será necesario todo el conocimiento y esfuerzo de estas personas comprometidas para preservar la vida en esta región.

Los expertos advierten que los incendios recurrentes están alterando el ciclo del agua. La vegetación devastada ya no puede absorber agua ni liberar humedad, lo que reduce el vapor de agua en la atmósfera y cambia los patrones de lluvia. La exposición del suelo disminuye su capacidad de absorción, lo que aumenta la escorrentía y causa inundaciones.

A mediano plazo, estamos provocando la desertificación de nuestras tierras. Las comunidades que sufren estas tragedias de primera mano reportan que es cada vez más difícil obtener agua de pozos o cuerpos hídricos en suelos devastados. Bomberos y ambientalistas ya perciben desequilibrios significativos en la vida silvestre, con la desaparición de algunas especies y la proliferación indeseable de otras.

Más allá de la urgente necesidad de extinguir los incendios aún activos, es imperativo implementar programas de reforestación y mitigación de daños, especialmente en áreas protegidas y parques nacionales. Esta es una tarea para los expertos, ya que no se trata solo de plantar árboles, sino de permitir que las especies nativas de cada región tengan la oportunidad de regenerarse.

Revertir este desastre solo es posible con un plan integral, algo que no se logrará si las autoridades se limitan a señalar culpables sin enfrentar la raíz del problema. Incluso se debate la declaración de un desastre nacional, lo que indica que el gobierno aún no comprende la gravedad de la situación. Hasta que no adopten una postura firme a favor de la sostenibilidad y la protección del medioambiente, los resultados seguirán siendo insuficientes.

Por ello, los expertos pueden desempeñar un papel crucial en el diseño de nuevas estrategias. Es necesario revisar la normativa nacional que fomenta el mal uso de la tierra, así como las competencias locales, municipales, departamentales y nacionales. Debemos formar equipos de trabajo permanentes que eviten que los incendios continúen causando estragos. Hay que proteger nuestra biodiversidad, fomentar una producción agropecuaria sostenible en áreas adecuadas para estas actividades y salvaguardar el ciclo del agua en todo el territorio. También debemos velar por la salud de la población que, año tras año, respira aire de pésima calidad.

Solo cuando logremos prevenir eficazmente estos incendios, o controlarlos de forma adecuada cuando ocurran, nos daremos cuenta de que no solo estamos protegiendo nuestra flora y fauna, sino también nuestra propia vida.

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