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31 de julio de 2024, 4:00 AM
31 de julio de 2024, 4:00 AM


Millones de espectadores regionales y, especialmente, venezolanos tanto dentro de Venezuela como en el exilio habían puesto sus esperanzas en que las recientes elecciones generales del 28.07.24 podrían poner fin a 25 años de Castro-Chavismo en su “variante madurista”. Este régimen ha estado plagado de escándalos de megacorrupción, narcotráfico, persecución política, terrorismo, entre otras degradaciones. Desde Bolivia, basándonos en nuestra experiencia actual, podíamos pronosticar que un perfil de dictador como Nicolás Maduro difícilmente respetaría un resultado que no le fuera favorable y que tampoco dejaría el poder democráticamente.
Para empezar, el Madurismo proscribió a la candidata María Corina Machado, con mayores posibilidades electorales de victoria desde Henrique Capriles. Y luego volvió a vetar a su sustituta, Corina Yoris, de la forma más absurda. Por lo que se tuvo que optar por Edmundo González Urrutia.
Otro síntoma más estructural fue que el régimen de Maduro impuso múltiples condiciones para evitar que los 5,2 millones de venezolanos en el exterior (que migraron a partir de 2014 debido a la multi crisis socioeconómica y política) pudiesen habilitarse para votar. Sabiendo que quienes dejaron Venezuela serían votantes potencialmente opositores. El Consejo Nacional Electoral (CNE) contaminado políticamente había anticipado que, de ese universo de venezolanos en edad para votar, apenas “69.211 habían sido habilitados”; y que de estos tan solo “6.528 pudieron inscribirse y actualizar sus datos en el Registro Electoral para votar en el exterior.” (Infobae, 2024)
Luego, ya en vísperas el candidato a la reelección Maduro había infundado temor a la población sentenciando que “habría un baño de sangre” de llegar a perder.
El día de la “simulación electoral” llegó. Cientos de venezolanos habían pernoctado haciendo filas para poder sufragar temprano, y en las primeras horas se difundía una apócrifa encuesta a boca de urna de una empresa fantasma que daba un ficto “55%” a Maduro y un “34%” a González, y que los ex Presidentes Evo Morales y Rafael Correa habían reposteado en sus cuentas en la plataforma X de forma coordinada. Dichos porcentajes no fluctuaron mucho de los que finalmente su CNE anunció al “80 %” del escrutinio muy entrada la noche, y ante una ola de denuncias por parte de los testigos electorales de oposición que fueron violentamente expulsados de los recintos cuando la tendencia era favorable a González y se cortó la transmisión de datos.
Sumado a esto, el Jefe del Comando de Campaña de “Venezuela Nuestra”, Jorge Rodríguez, si bien no podía anunciar resultados antes que lo hiciera la CNE, había sonreído, indicando con ello que preconocían que llevaban “ventaja” pese a los datos de la oposición. Y, por si fuera poco, el otro alto dirigente Chavista, Diosdado Cabello, había deslizado que no reconocerían la victoria de la oposición.
Finalmente, denominé “simulación electoral” porque estos dictadores si bien usan las formas de la democracia como son las elecciones para llegar al poder político, luego no se los puede botar votando democráticamente por su angurria eternalista.
Autores como S. Levitsky llaman a este comportamiento simulado “autoritarismo competitivo”. Que es un régimen político en el que, aunque existen elecciones y algunos elementos que dan apariencia democrática, las condiciones no son justas, equitativas ni transparentes. Los gobiernos de estos regímenes utilizan el control sobre los medios de comunicación, la manipulación de las instituciones electorales y otras tácticas para reproducir su corrompido poder y asegurarse de que la oposición no pueda competir en igualdad de condiciones. Este tipo de sistema se caracteriza por la presencia de elecciones aparentes, pero en la práctica están diseñadas para favorecer a quienes detentan el poder; limitando/anulando la capacidad de la oposición para ganar y, por lo tanto, perpetuando así un régimen autoritario, vitalicio y vicioso.


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