Opinión
OPINIÓN
Bedregal, in memoriam
Poe Ignacio Vera de Rada, profesor universitario
Han pasado casi cinco años de la muerte de Guillermo Bedregal Gutiérrez. Murió el viernes 21 de septiembre de 2018. Recuerdo que me enteré del deceso por un tuit de Tuto Quiroga, quien lamentó el fallecimiento e instó a leer el libro que yo había publicado en 2017 sobre la vida y el pensamiento del extinto líder y dirigente del Movimiento Nacionalista Revolucionario. En efecto, en mayo de 2017 había publicado un libro biográfico sobre Bedregal, titulado Guillermo Bedregal: Retrato de un hombre público. Se trataba de una “biografía novelada”, de una semblanza larga escrita en forma de novela… Me acuerdo que escribí el libro en algo más de seis meses, pues me interesaba que el biografiado, que entonces tenía más de 90 años, estuviera presente en el acto de presentación de la obra, cosa que finalmente no se pudo dar debido a sus complicaciones de salud.
Mi padre me había hablado de él desde que yo era adolescente, pero lo conocí en persona recién en mayo de 2013, cuando él tenía 87 años y yo 18. Lo visité una mañana en su oficina en la Torre Cesur, en Calacoto. Entonces lo entrevisté sobre su experiencia como ministro de Relaciones Exteriores, y particularmente sobre la demanda marítima y la cuestión de la mediterraneidad boliviana. Gracias a una tía, había conseguido la entrevista para escribir un trabajo de la universidad, pero en realidad, mucho más que hablar sobre esos asuntos, a mí me interesaba conocer al hombre. Así que, al cabo de unos minutos de conversación sobre el tema marítimo, traté de llevar la charla hacia otros temas, y lo logré, pues me comenzó a narrar varios momentos de su adolescencia y juventud. Luego se paró del escritorio y me regaló los dos tomos de sus memorias: De búhos, políticas y persecuciones: Mis memorias. Al final de la audiencia, evocamos a algunos antepasados nuestros y llegamos a la conclusión de que su abuela (doña Mónica Vera Riveros) había sido tía de mi abuelo (don Edgar Vera Riveros), ambos oriundos de Chuma (capital de la provincia Muñecas).
Un par de años después, me planteé escribir su vida, acordé con la familia el gran proyecto y fuimos todos adelante. No obstante, la tarea se nos complicó cuando la salud del biografiado comenzó a deteriorarse aceleradamente… Las respuestas que me daba en las entrevistas que le hacía semana tras semana, por tanto, comenzaron a ser mitad verdad y mitad fantasía, lo cual me obligaba a cotejar aquellos relatos con otros testimonios, tanto documentales como escritos. De cualquier manera, pasábamos agradables y largas tardes conversando sobre su vida, sus peripecias políticas, sus lecturas, sus sueños incumplidos… Siempre me ha resultado fascinante hablar con una persona inteligente y de mucha edad y experiencia como él; creo que la palabra de personas como Bedregal, nos guste o no, estemos o no de acuerdo con ella, es siempre digna de ser tomada en cuenta.
Persona compleja y de muchas facetas, como no podía ser de otra manera, sus demonios, su claridad, su inteligencia, sus miserias, se revolvían en un espíritu contradictorio y vasto, como es el de casi todos los hombres sagaces, prácticos, espirituales y racionales como él. Racionalista y dogmático al mismo tiempo, materialista dialéctico y cristiano a la vez, sentimental y frío a la par, la complejidad de su naturaleza, creo yo, no podría ser entendida por ningún retratista o biógrafo. Es que la existencia humana está hecha de muchas hebras; en ella se tejen y destejen cada minuto varias fibras; por ello, elaborar la biografía definitiva de cualquier hombre significativo constituye una misión poco menos que imposible. Hay detalles que escapan incluso al ojo más inquisitivo. (Imagine el lector, entonces, lo difícil que es reconstruir y escribir la historia objetiva y verídica de una sociedad o un país…).
Algunos meses después de su fallecimiento, Andrés y Carla, sus hijos -quienes llegarían a ser mis primos-, me obsequiaron algunos libros de aquella oceánica biblioteca que tenía más de 10 mil volúmenes, muchos de los cuales tienen estampada la firma de Bedregal. En el momento en el que el ataúd fue introducido en la fosa, me atreví, como algunos de sus correligionarios y amigos, a pronunciar un breve discurso, pero, a diferencia de aquellos, yo no hice referencia política alguna, sino que evoqué su fe cristiana, para mí ya lo único digno de ser tomado en cuenta en el momento de mayor silencio y mayor profundidad que es la muerte. Porque Cristo es el basurero divino, la pocilga celestial en la que se pueden cargar todas las miserias humanas, para entonces poder acceder al infinito… El recuerdo de aquellas varias tardes de libros, reminiscencias y tecitos con Bedregal quedará por siempre en el corazón.