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6 de febrero de 2024, 3:00 AM
6 de febrero de 2024, 3:00 AM

Arrasó en las elecciones presidenciales y tiene mayoría casi plena en el Poder Legislativo. El Salvador cayó rendido a los pies de Nayib Bukele, titularon algunos diarios. La oposición fue más que aplastada, mientras la ciudadanía tiene casi una devoción por el mandatario que fue reelecto el domingo. Ganó porque quiso y maniobró para ello, ya que la figura es ilegal en la Constitución de este país. Podemos decir que el miedo convirtió en ciegos, sordos y mudos a los salvadoreños, ya que por ahora viven con seguridad, pero están sumergidos en la pobreza y en dilemas económicos, que son el nuevo gran desafío de su presidente.

El Salvador está en Centroamérica. Su superficie es menor que el departamento más pequeño de Bolivia y su población supera los 6 millones de habitantes. Su nivel de pobreza extrema es del 8,6% y el 70% del empleo está en la informalidad. El 25% del Producto Interno Bruto es alimentado por las remesas de los emigrantes, muchos de ellos salieron de este país por la violencia y la inseguridad que generaban las pandillas, llamadas maras.

De hecho, hace un quinquenio el miedo por la inseguridad ciudadana ocupaba el primer lugar en el ranking de las preocupaciones de los salvadoreños. Ahora esa inquietud ha dado paso a otro problema, que es el gran reto de Nayib Bukele, y es la situación económica de El Salvador. La economía está dolarizada y depende de los dólares estadounidenses, porque muchos de los que se mueven en este país provienen del vecino del norte, donde millones de emigrantes trabajan para enviar algo a sus seres queridos que permanecen en esta nación.

Para ganar la primera vez, Bukele creó su propio partido; usó las redes sociales como nadie lo había hecho y construyó una imagen de él mismo que aún ahora es imbatible, tiene pleno respaldo ciudadano y cautiva hasta al más incrédulo salvadoreño. Pero para conseguirlo siguió caminos no democráticos que van desde el encarcelamiento de decenas de miles de pandilleros (entre los que mezcló a jóvenes que tenían tatuajes y también a opositores políticos); vulneró la Constitución de su país y siguió en esa línea en su gobierno con rasgos de autoritarismo.

Organizaciones defensoras de Derechos Humanos cuestionan sus métodos, pero estos están validados por el respaldo popular, mientras que el mandatario reelecto se jacta de haber aplastado a la oposición política y a cuanta persona que identifica como adversario, entre los que están los liberales, los medios de comunicación y todo aquel que pueda tener una mirada crítica sobre su gestión. Nadie se atreve a cuestionarlo porque le caería una censura social mayoritaria.

Ahora que el problema de la inseguridad ciudadana está encapsulado en las cárceles, toca arreglar la economía: mejorar el salario mínimo, buscar inversión extranjera, desarrollar las potencialidades productivas de este país, cuyo turismo –por ejemplo- fue duramente golpeado por la presencia de pandilleros, quienes extorsionaban al ciudadano común y eran ingobernables para el Estado.

El mundo está atento a El Salvador. Unos miran con admiración, otros con rechazo a la inseguridad callejera. No obstante, sería mejor hablar y analizar a un presidente respetuoso de las leyes de su país, alguien que acepte o al menos tolere los disensos, la libertad de prensa y la fiscalización de su gobierno.

El tema de las pandillas no ha sido resuelto, está encapsulado, y el origen de la inseguridad se mantiene latente en quienes no tienen recursos para sustentarse en el día a día.

El Salvador merece un futuro de tranquilidad y prosperidad. Ahora se le abrió una nueva posibilidad de lograrlo a Bukele.

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