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22 de mayo de 2024, 4:00 AM
22 de mayo de 2024, 4:00 AM

La reciente captura de una banda de estafadores virtuales, integrada por individuos que operaban en complicidad con reclusos de la cárcel de Palmasola, ha puesto de manifiesto una problemática alarmante en el sistema penitenciario boliviano.

Estos reclusos, con habilidades técnicas avanzadas, utilizaban teléfonos celulares, chips, tarjetas y otros equipos para engañar y extorsionar a ciudadanos, perpetrando sus estafas desde detrás de las rejas. Gracias a las denuncias de cientos de víctimas, la Policía logró desbaratar la banda, capturando a unas diez personas, entre ellas reclusos, exreos y colaboradores externos. Uno de los exreos detenidos era procurador del penal, que había salido en libertad hace tres meses y se jactaba de ser hermano de un juez.

La operación de la banda era muy sofisticada. Utilizaban sus móviles para solicitar números de carnet de identidad, abrir cuentas bancarias, mandar códigos QR e incluso crear páginas web falsas de empresas aéreas para la emisión de pasajes. Estas actividades se complementaban con las habilidades legales del exreo procurador, lo que plantea la necesidad de investigar si este individuo contaba con ventajas del sistema judicial.

Palmasola, lejos de ser una cárcel modelo, se asemeja más a un gueto de Santa Cruz. Aquí, los reclusos viven en condiciones que dependen de sus capacidades económicas, disponiendo de bienes y comodidades impensables en otros centros penitenciarios. Sin embargo, esta aparente “ventaja material” se ve eclipsada por la facilidad con la que continúan delinquiendo gracias al acceso a dispositivos móviles y tecnología.

Este centro penitenciario, que alberga a unos 9.000 reclusos, ha sido descrito como una “escuela de la delincuencia” cuando debería ser un lugar de rehabilitación. Las autoridades deben intensificar sus esfuerzos para bloquear las señales telefónicas desde dentro del penal y mejorar el control de los artículos que ingresan al recinto. La introducción de tecnología para la inhibición de ondas (“paraguas”) debe ser efectiva y constante, asegurando que los reclusos no puedan acceder a las herramientas necesarias para seguir delinquiendo.

Sin embargo, el verdadero cambio radica en la implementación de programas de terapia ocupacional y rehabilitación. Existen iniciativas dentro de Palmasola que han demostrado ser efectivas. Algunos reclusos participan en la fabricación de artesanías y bisutería, actividades que no solo les permiten generar ingresos, sino que también contribuyen a su rehabilitación y eventual reintegración en la sociedad. Este enfoque debe ser ampliado y reforzado, proporcionando a todos los reclusos la oportunidad de aprender habilidades productivas y constructivas.

El talento tecnológico de algunos reclusos podría ser canalizado hacia actividades positivas y productivas. Imaginen el impacto positivo que podría tener un programa que enseñe a estos individuos a utilizar sus habilidades para el desarrollo de software, la reparación de dispositivos electrónicos o incluso la ciberseguridad.

En conclusión, Palmasola no puede seguir siendo un caldo de cultivo para la delincuencia. Es responsabilidad de las autoridades penitenciarias y del sistema judicial boliviano convertir este centro en un verdadero lugar de rehabilitación. Solo así se podrá ofrecer a los reclusos una segunda oportunidad genuina, reducir la reincidencia delictiva y proteger a la sociedad de aquellos que actualmente continúan delinquiendo desde detrás de las rejas. El camino hacia la transformación es arduo, pero esencial para el bienestar y la seguridad de todos.


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