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4 de septiembre de 2020, 5:00 AM
4 de septiembre de 2020, 5:00 AM

 ‘Qué nube puede ser aquella nube / que se acerca oscurecida’, dice el inicio de un hermoso poema en quechua y en perfecta rima de Juan Huallparrimachi (1793-1814), poeta potosino nacido en Macha (provincia Chayanta) y muerto a los 20 años en una batalla por la independencia, nieto de judío portugués, hijo de padre español y de madre india, huérfano casi de nacimiento, luego adoptado por Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla. 

Dedicado a la madre que nunca conoció, el poema es un paseo trágico por los senderos del abandono y la desdicha, la búsqueda irredenta del consuelo. ‘El sol alumbra a todos / menos a mí. / No falta dicha para nadie, / más para mí solo hay dolor’.

La imagen de la nube negra del soldado poeta de la independencia se me vino a la mente cuando pensé en la nueva tormenta política que se avecina: esa que parece indicarnos el inicio, una vez más, de esas guerras fratricidas a las que los bolivianos volvemos cada cierto tiempo como necios ensoberbecidos que queremos que el mundo gire alrededor de cada una de nuestras causas, y que al no encontrar la imposible aceptación gira con ira hacia el otro, el que no piensa igual. 

En el medio, un protagonista ebrio de angurria de poder que no resigna su ambición ni siquiera desde el lujo de su exilio dorado. 

Signo trágico de país que no se encuentra, tan trágico como el poema de Huallparrimachi, pero este hermoso. De eso quería hablar en esta breve columna, pero el espacio no me alcanzó.



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