Opinión

cara a cara

27 de noviembre de 2020, 5:00 AM
27 de noviembre de 2020, 5:00 AM

_Diego Armando Maradona (1960-2020). La noticia de su muerte se extendió como reguero de pólvora hasta el último confín del planeta fútbol que, estremecido e incrédulo, llora su partida. En Argentina, su país de nacimiento, la conmoción fue mucho mayor. El Gobierno dispuso tres días de duelo, pero el riesgo de un desborde de la multitud doliente frente a la Casa Rosada anticipó el traslado de los restos del ‘pibe de oro’ hasta su última morada ayer cuando la tarde empezaba a languidecer.

_Tenía 60 años. Ni pocos ni muchos. Le quedaba, eso sí, tiempo por delante para disfrutar de las cosas que más amaba, además del fútbol. De sus hijos y de sus nietos, por ejemplo. De los buenos amigos, de los recuerdos de sus proezas. Del fervor y de las devociones de multitudes que lo idolatraban y lo consideraban como el dios del fútbol. Eso y mucho más pudo haber disfrutado el ‘Diez’ con una retirada tranquila, sin estridencias, de las canchas donde desparramó la magia de su juego y se convirtió en uno de los astros más luminosos del firmamento balompédico. Pero el ‘crack’ vivió con el acelerador a fondo y hasta su muerte se volvió predecible por los efectos irreversibles de las drogas y del alcohol en su organismo. El ‘sidieguismo’, el acoso periodístico y las malas compañías detrás de su fama y dinero, lo empujaron al abismo sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

_“Gracias por haber jugado al fútbol, gracias a la pelota”, pidió Diego que se escribiera en su epitafio. Coincide la leyenda con el reconocimiento eterno que está en el pensamiento y el corazón de todos los hinchas del fútbol.



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