28 de mayo de 2023, 4:00 AM
28 de mayo de 2023, 4:00 AM

Hace unos 30 años, asumí un riesgo y sacrificio habitacional suponiendo que el imparable desarrollo de la ciudad de Santa Cruz no me iba a defraudar. Me defraudó. Al menos en materia de pavimento. En aquel tiempo, tenía que decidir dónde comprar un terreno para construir mi casa. Las opciones eran limitadas: o compraba algo dentro del cuarto anillo, donde la mayoría de las calles ya estaba pavimentada, o me inclinaba por un lote en una de las primeras urbanizaciones cerradas de la época, ubicada, ¡bendita lejanía!, unos pasos fuera del cuarto anillo. Al final compré un hermoso terreno fuera del sexto anillo, ante la sorpresa e incredulidad de mis allegados. Era un típico barrio consolidado, pero con calles de tierra. Saqué mis cuentas: si Santa Cruz crece al ritmo que dicen que crece, el pavimento me estaría llegando en unos cinco años. Diez a reventar. ¡Falso! Han pasado 30 años y no hay esperanzas de que el pavimento llegue a esa zona, ahora cuando la ciudad ya ha superado la decena de anillos.

 Por eso es que ya ni me sorprendo sobre cómo el municipio de Santa Cruz lleva adelante sus planes de pavimentación. ¿Hay planes? ¿Hay criterios de priorización? Pareciera que no. Por un lado va el alcalde pavimentando una vía en una zona entre urbana y rural (¡cómo no compré en Tundi!) y por otro lado van los concejales opositores cuestionando una obra que, según ellos, favorece a muy pocos habitantes y que más bien eleva la plusvalía de una supuesta propiedad del alcalde. Tales desencuentros explican mucho del porqué las urbanizaciones privadas han proliferado como hongos, mientras que decenas de barrios periurbanos continúan en la era de los carretones.

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