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6 de febrero de 2024, 3:00 AM
6 de febrero de 2024, 3:00 AM

Nayib Bukele parece encarnar una suerte de superhéroe que libra a la sociedad del mal, aunque a veces deba exceder los límites de la democracia para conseguirlo. Y la gente lo aplaude y lo reelige, aunque este acto implique otra vulneración constitucional. ¿Será que estos superhéroes carismáticos y autoritarios son el único camino para combatir la gangrena que carcome gran parte de las sociedades democráticas del mundo? 

La pregunta plantea un dilema ético interesante. Por un lado, tener un líder carismático que logra resultados beneficiosos para la gente puede ser algo positivo, ya que la efectividad y el bienestar de la sociedad son objetivos loables. Sin embargo, exceder los límites de la democracia plantea preocupaciones fundamentales sobre el respeto a las instituciones, los derechos individuales y la sostenibilidad a largo plazo. Encontrar un equilibrio entre eficacia y respeto a los principios democráticos es crucial para garantizar un liderazgo sostenible y justo.

Bukele aplicó mano dura a las pandillas: construyó una cárcel enorme y encerró allí a miles de pandilleros sin darles mucho derecho al pataleo. Así logró reducir drásticamente los índices de criminalidad de El Salvador. Con el tema de seguridad aparentemente resuelto, ahora se apresta a iniciar un segundo mandato, esta vez enfocado en la economía, ya que su país todavía tiene altos índices de pobreza. Ojalá que Bukele no se engolosine con el poder, como suele suceder, y que al cabo de otros cinco años se vaya a su casa para siempre. Si para entonces él ya no es imprescindible, recién diremos que construyó en terreno firme. 

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