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11 de abril de 2024, 4:00 AM
11 de abril de 2024, 4:00 AM

Una democracia razonablemente sólida puede tolerar la presencia de un presidente incompetente o corrupto. La institucionalidad democrática, al fin y al cabo, tiene la capacidad de contrarrestar las deficiencias de un mal líder, y simplemente se debe aguardar un par de años para retirarlo del cargo y elegir a otro, con la esperanza de que sea más competente y honesto. En este sentido, la democracia ha demostrado ser el sistema de gobierno más efectivo.

No obstante, existe un defecto más difícil de abordar: cuando individuos con agendas ulteriores llegan al poder por medios democráticos, solo para desmantelar las instituciones una vez en el cargo con el fin de perpetuarse en el poder. Consiguen su objetivo a través de elecciones manipuladas, controlan el sistema judicial y se financian con dinero proveniente del crimen organizado. Estas acciones, que deberían ser consideradas como violaciones graves a la democracia, a menudo se justifican en nombre de la misma, lo que resulta en la disfuncionalidad del sistema y puede llevar a que un país se convierta en un Estado fallido.

¿Puede curarse a sí misma una democracia que padece de una gangrena extendida? ¿Es posible que un juez corrupto ofrezca el remedio necesario? ¿Pueden los países negociar con un Estado fallido o dominado por la mafia? En esta situación terminal, surgen líderes chapulines que prometen resolver los problemas, pero lo hacen a través de métodos poco convencionales. Estos individuos, como Bukele y Noboa, son vistos con escepticismo por los defensores de la legalidad, mientras que son aplaudidos por aquellos que están indignados por la farsa democrática.

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