8 de agosto de 2024, 4:00 AM
8 de agosto de 2024, 4:00 AM

La gimnasta Simone Biles nos ha dado una lección de humanidad y pundonor deportivo. Empezó respetándose a sí misma, sin permitir que su fama eclipsara su propio bienestar. Se retiró de competencias previas para llegar física y mentalmente preparada a las Olimpiadas de París. ¡Y vaya cómo brilló! Ganó medallas de oro y se convirtió en la gimnasta más laureada de todos los tiempos. Pero también tuvo fallos, porque es humana, y lo hizo sin derrumbarse ni sentirse menos. Celebró la victoria de su rival, la brasileña Rebeca Andrade, con el mismo entusiasmo. Su medalla de plata es tan significativa como las demás, la luce con una sonrisa y legítimo orgullo. A diferencia de ciertos ‘deportistas’ que se quitan con desprecio la medalla del segundo lugar para demostrar a sus barras bravas que no aceptan ser perdedores. Aprendan de Biles, señores: ella sí enaltece el deporte y la vida.

La polémica mundial en algunos episodios de los Juegos Olímpicos nos recuerda la importancia de las reglas claras y el juego limpio. En los 100 metros planos, el ganador se impuso por milésimas de segundo al meter la cabeza al cruzar la meta, una regla básica de esta disciplina. No importa que el pie del segundo corredor haya cruzado primero, lo que vale es la cabeza, y punto.

Otra polémica, aún más candente, recae sobre la boxeadora argelina que tiene más hormonas masculinas de lo normal, pero sigue siendo mujer. Hasta que esta variable hormonal se incorpore al reglamento, no hay nada que discutir. Las reglas están claras y se deben cumplir, a diferencia de ciertos lugares más cercanos a nosotros donde las normas no se respetan por más diáfanas que sean.

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