Cara a cara
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Desde hace tiempo largo y sin mejores perspectivas, Bolivia vive entre tensiones e incertidumbre crecientes. Todo el país parece a merced de los devaneos y conflictos del partido gobernante, agudizados por la sorda pugna de poder entre el presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales. El primero disimula apenas sus apetencias por una reelección en 2025 mientras que el segundo se relame por volver al sillón presidencial. Siempre dispuesto a cualquier cosa por conseguirlo. Fiel a su estilo. Por las buenas o por las malas, como públicamente el propio caudillo cocalero lo advirtió.
Irresponsablemente, protagonizando una confrontación cada vez más áspera y torpe con tal de consolidar, contra viento y marea, su proyección electoral, los otrora ‘hermanos’ Lucho y Evo, ahora enemigos enconados, están llevando a Bolivia al borde del despeñadero. La gobernabilidad está en equilibrio muy precario frente a un profundo abismo. Los bolivianos viven en ascuas porque en cualquier momento puede estallar el polvorín en que arcistas y evistas han convertido al país cuyas prioridades en salud, economía, educación o justicia han pasado a segundo plano.
No se vislumbra una salida del atolladero. El panorama se torna cada vez más sombrío cuando a Bolivia le urge encontrar la luz al final del túnel. Cuando merece tener suerte distinta. Un porvenir de certezas. El que son incapaces de garantizarle ineptos, obnubilados e insaciables en el ejercicio del poder, cualquiera sea el costo.