Cara a cara
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Evo Morales considera que es el ‘enemigo número uno’ de la prensa boliviana. O todo lo contrario porque suele hablar enrevesadamente y se presta a confusiones. De tal manera, el expresidente pretendió justificar la presentación de un documental sobre una supuesta operación militar-policial para asesinarlo en octubre pasado, únicamente ante periodistas de medios extranjeros que siguieron la transmisión presencialmente o por teleconferencia, tras ser sometidos a rigurosos controles identificatorios para evitar ‘infiltrados’.
Según el cocalero, solo los periodistas ‘sanos y honestos’ le dicen que no osan contar la verdad porque temen quedarse sin recibir publicidad del Estado. Y por tal motivo, calificó de ‘inmoral y repugnante’ el trabajo de los medios de comunicación. En la misma línea de la diatriba, un exministro suyo afirmó que los medios pasaron del ‘cártel de la mentira’ al del ‘magnicidio’, en elucubración propia de sus ‘hormonas amazónicas’ alborotadas.
Cuando Morales accedió por primera vez al gobierno en 2006, la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) que nuclea a los principales medios impresos del país prestó, sin condición alguna, su asesoramiento en el montaje y funcionamiento de la sala de prensa para la cobertura internacional de la posesión del nuevo mandatario. Luego, la ANP lo invitó a un almuerzo privado para compartir con los directores de esos medios que simplemente buscaban una relación normal y a prudente distancia con el entonces recién llegado al poder, ahora en el llano, amnésico y embustero.