Cara a cara
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¿Acabó el dolor de Siria? Es la pregunta que flota en todo el mundo. Casi en tiempo real vimos cómo los rebeldes se hicieron de las principales ciudades y el dictador Bashar Al Assad salía de su país, tras encabezar una dictadura de 14 años. La caída de un opresor es una buena noticia en cualquier lugar del mundo. No obstante, existe el temor de que se esté pasando de un régimen de terror a otro. Los países occidentales se han mostrado cautos y ayer, finalmente, ofrecieron su apoyo, siempre y cuando sean respetados los derechos humanos.
La incursión rebelde fue liderada por Abu Mohamed al Jawlani. EEUU lo clasificó entre los terroristas e hizo una oferta de 10 millones de dólares por su captura. Por eso, que él hubiera liderado la expulsión de Al Assad ha sido tomada con cautela. Si hace unos años tenía bajo perfil, ahora ha dado entrevistas en las que asegura que su figura y la de su grupo revolucionario no deben causar preocupación a Europa y a EEUU.
Miles de refugiados sirios ven con esperanza el derrocamiento del régimen de Al Assad y quieren volver a su país para reconstruirlo, mientras que otros prefieren esperar para saber a qué se tienen que atener. Ahora ya se ha formado un gobierno de transición y Occidente pide que haya respeto a los Derechos Humanos. En la geopolítica internacional, el derrocamiento de Al Assad es un golpe para el presidente ruso Vladimir Putin, que era su aliado. Rusia tiene una base militar en Siria. De hecho, el ex dictador sirio y su familia se encuentran en territorio ruso, donde han recibido ‘asilo humanitario’.