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¿Cien días de soledad?

15 de julio de 2020, 3:00 AM
15 de julio de 2020, 3:00 AM

En las casas deshabitadas anida el silencio, en las habitadas también puede vivir la soledad, por eso debemos visitarnos a nosotros mismos. La soledad, ese ingrato sentimiento de abandono, nos llega cuando nosotros somos los ausentes de nuestras vidas, cuando nos abandonamos, por eso debemos vigilar nuestros miedos, reconocer nuestros temores y enfrentarlos. En estos cien días de soledad eso fue lo que hicimos en mi familia y pudimos redescubrir nuestro hogar, repasar nuestras vidas y repensar nuestras existencias para reinventarnos en la víspera de un futuro que ya no es el mismo.

Vivo con dos de mis hijos en Santa Cruz de la Sierra, con Luis Antonio y Carmen Lucía; Carmen Sandoval, mi esposa, está en Montevideo, allá le tocó la cuarentena y la extrañamos irremediablemente; Brisa Estefanía, mi hija mayor, la médica, vive en México, en la primera línea contra la plaga que nos acecha en las calles. Con Luis y Lucía, reordenamos el hogar, nos dimos tareas domésticas: lavar, planchar, cocinar, limpiar, barrer, salir de compras y trabajar cada quien en lo suyo. Si bien estar juntos todo el día es un ideal romántico, también trae sus complicaciones porque no es fácil convivir mañana, tarde y noche, repitiendo rutinas hogareñas; sin embargo, supimos sobrellevarnos porque las palabras son la llave de los afectos y nos amamos.

Desde hace algunas semanas intento mirar menos noticieros, no leer los mensajes de las redes sociales que prometen curas milagrosas, teorías de la conspiración y otras tonteras; reconozco que hay días en los que la palabrería delirante me emborracha y me retiro espiritualmente en mí mismo a curar la resaca en la soledad de mis propios pensamientos. Con tanta estupidez de nuestros políticos he llegado a la conclusión de que, pese a todo, amo a mi país y a su gente, aunque a veces lo ame como una madre ama a su hijo delincuente.
Mi soledad tiene alas y, cada día, busca los cielos de nuevos autores. Después de leer un buen poema, el silencio cobra sentido. He vuelto a hojear los libros de mi biblioteca y me he maravillado releyendo cariñosas dedicatorias de escritores amigos y/o de autores que conocí en ferias internacionales de libro y en inolvidables encuentros literarios y festivales de poesía. También tuve muchas serendipias caseras, hermosos hallazgos inesperados, adornos mágicos y hasta un duende oculto entre los libros.

Las deidades de la literatura han querido que, en estos meses, los creadores de las palabras sigamos unidos, que no nos abandonemos a la desidia, que seamos solidarios, alegres pese al dolor y aquí estamos, como buenos devotos de la palabra, organizando encuentros literarios, lecturas y libros virtuales, grabando videos y podcasts, para compartirlos con todo el mundo. Después de muchas palabras convocando alegrías y tristezas, de recordar anécdotas, de exorcizar los demonios de los malos recuerdos y de amar sin medida, he llegado a la conclusión de que escribo para no abandonarme y en las noches en las que mis miedos me sueñan despierto invocando el nombre de mi amada para espantarlos.

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