Opinión

¡Cómo gusta el poder!

13 de diciembre de 2020, 5:00 AM
13 de diciembre de 2020, 5:00 AM

El autor de El discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, J.J. Rousseau, decía entre otras cosas, que “ceder ante la fuerza no es un acto de cobardía, sino de prudencia”, y todo hace suponer que don Evo Morales (EM) siguió al pie de la letra la recomendación del célebre ginebrino porque, al ser depuesto, optó por ponerse a buen recaudo en el extranjero. 

Hacerse el muy macho y quedarse en el país cuando el nuevo gobierno de facto realizaba labores de limpieza profunda, hubiera sido una soberana estupidez, además que él no tenía vocación de mártir como el presidente Villarroel y estaba advertido por los informantes del peligro que corría su vida.

Desde entonces arreciaron incompasible aplicándole al desertor todos los adjetivos descalificativos habidos y por haber, tanto los propalados desde el gobierno recientemente llegado a Palacio, como provenientes del bloque compacto de opinólogos anti-Evo. Pero ahora ha retornado y las voces como que se acallaron debido a que el poder, que suele comportarse como una casquivana, ha vuelto a las manos del MAS, desde el 8 de noviembre. 

En realidad, todavía resuenan algunas voces aisladas que, al no tener otro tema en agenda, continúan despotricando contra ‘el huido’ porque el sistema lo permite; no obstante, la etiqueta de autoritarismo que se le adjudica. Bien se ve que no han escuchado hablar de los regímenes pasados de los generales René Barrientos, Hugo Banzer y García Meza, frente a los cuales, el Gobierno del MAS, podría pasar por una mansa paloma.

Hace décadas un amigo me prestó la novela titulada “Cómo gusta el poder”, la misma que leí con fruición, porque narraba el apego al poder de un dictador presuntamente caribeño, que era una versión depurada de los dictadores que florecieron en aquella época. Posteriormente, los integrantes del llamado boom literario (Alejo Carpentier, Asturias, Roa Basto, García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y otros), alentados por el clima político y social imperante, se ocuparían de novelar el auge y la caída de otros dictadores longevos, de carne y hueso, y no producto de la ficción simplemente, a los cuales el lector podía identificar con suma facilidad.

Con bastante retraso aparece en escena EM que estuvo en el ejercicio del poder catorce años ininterrumpidos (nada en comparación con el tiempo que permaneció el generalísimo Francisco Franco, Alfredo Stroessner y otros), y como le encontró gusto al poder, pretendió prorrogarse por otra gestión y votar, en uso pleno de sus atrabiliarias competencias, una reforma a la Constitución que incorpore el tema de la elección indefinida para que se acabe la polémica de una vez por todas, que fue lo que precipitó su caída sin posibilidades de retorno, porque el que se va por Sevilla…, dice el refrán.

Justificaba su gusto por el poder con el argumento de la defensa del proceso de cambio, en vista que los opositores a su gobierno, no estaban listos para aceptar ninguna transformación social, puesto que continuaban ( y aún continúan), postulando el retorno al sistema neoliberal, es decir, la vigencia del ‘status quo’ y la tolerancia del ‘’laissez faire..”, que no es otra cosa que “el mercado libre sin la intervención del Estado”, o como dijera el padre del liberalismo clásico, Adam Smith, “Todo para nosotros y nada para los demás”. Aunque habrá que reconocer que EM se mantuvo en el poder pese a los ataques de sus adversarios puestos de manifiesto desde el primer momento que tomó posesión del cargo.

Pero aparte de EM, conocemos otra autoridad electa (y reelecta), que también le ha tomado gusto al maravilloso instrumento del poder y ya lleva quince años gobernando Santa Cruz sin ninguna perturbación, pero su estrella está próxima a apagarse porque le ha salido al paso otro candidato que tiene todas las posibilidades de suplantarlo porque es el nuevo favorito del Comité pro Santa Cruz, una entidad apolítica (según sus enunciados), que sin embargo es capaz de poner y quitar gobernadores y alcaldes. Con los dos casos de referencia, se demuestra suficientemente cómo gusta y se aferran al poder ciertos gobernantes el mayor tiempo posible, porque saben que este no es eterno.

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