Válcarcel rompe con las coordenadas del cubo, la otra mirada hacia abajo

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21 de marzo de 2020, 3:00 AM
21 de marzo de 2020, 3:00 AM

JORGE LUNA ORTUÑO - Investigador del CCP

Cabezas negras de maniquíes se ubican alineadas sobre la gravilla en un área que es mayor a la mitad de la sala de exposición, demarcando una línea de separación entre el lugar de la obra y el lugar de los espectadores. 

Lleva por título Instalación 57, obra de Roberto Valcárcel, presentada dentro de la XXI Bienal Internacional de Arte de Santa Cruz de la Sierra Lo público. Fuera del cubo blanco.

Esta instalación está adecuada dentro de una sala de paredes blancas en el Centro de la Cultura Plurinacional. ¿No contradice su disposición con el tema curatorial de la citada bienal? En realidad no, y veremos por qué.

Partamos por definir el cubo blanco. En sentido metafórico remite a la sala de una galería, básicamente una suerte de contenedor de obras de arte que se exhiben para la contemplación. Brian O Doherty, en su clásico estudio sobre la influencia del contexto en el arte titulado Dentro del cubo blanco. La ideología del espacio expositivo (1976), señala que la regla fundamental del cubo blanco es que “el mundo exterior no puede penetrar en él, y por eso las ventanas suelen estar cegadas”.

Las paredes están pintadas de blanco, la luz viene del techo y se cuida la austeridad visual del entorno. La pared se reconoce siempre como un límite de fondo que no se puede traspasar. Y el piso es cómodo, para que el visitante se desplace y pose la mirada en las paredes. Doherty señala que la finalidad que cumple el cubo blanco es similar a la de los edificios religiosos: “al igual que las verdades de la fe, la obra de arte debe presentarse aislada del tiempo y sus vicisitudes”.

El problema es que este formato en el espacio instala un concepto de exposición de arte, pero además un concepto del arte en sí: “arte sería lo que se exhibe dentro de los cubos blancos de los museos y las galerías”. Establece una ideología dominante, por la cual se vive para la exhibición.

Así pues, Valcárcel apareció en escena con una instalación brillante por su sencillez y eficacia. Coloca la gravilla en la sala, ordena las cabezas de maniquíes encima, y luego determina que la gente no puede caminar encima. Es curioso, porque se supone que en una instalación artística el público se integra al espacio de la instalación y se vuelve parte de él. Es lo que lo diferencia del teatro, que mantiene una división entre el lugar de la obra y el lugar de los espectadores. 

Pero Instalación 57 organiza la mirada de los otros a distancia. Valcárcel no quiere que la gente esté encima de la gravilla sino que la mire de costado, que tenga cierta distancia y por tanto perspectiva. ¿Para qué?

He aquí la genialidad. Valcárcel dice: vamos a salir del cubo blanco. Pero este salir no consiste en que el artista se vaya a la calle a hacer obras de arte urbano. Valcárcel decide quedarse dentro de la sala y producir desde ahí el “efecto fuera de cubo de blanco”. 

Para ello necesita que los visitantes vean con distancia las cabezas de maniquíes: al completar la imagen, los espectadores deben imaginarse que el cuerpo está por debajo de la línea de tierra. De esta manera hace que piensen en otra dimensión más, que es lo que está abajo. 1,50 o 1,60 metros hacia abajo que serían aproximadamente la altura del cuerpo de un hombre. Una exposición por lo general muestra lo que está en la superficie, pero Instalación 57 busca que nos preguntemos qué hay por debajo, es decir, que nos enfoquemos también en lo que no vemos. Así rompe la línea de la superficie. Nos recuerda a la muestra Not afraid to love, del exótico italiano Maurizio Cattelan, realizada en La Monnaie de París, donde hizo una excavación dentro de una sala y colocó una escultura que era su autoretrato, como si estuviera saliendo de un hoyo dentro del mismo museo. Aquella escena invitaba a pensar esta cuestión extraña: ¿qué hay por debajo de la sala?

En esencia lo que Valcárcel logra es romper con las coordenadas del cubo, rompe la mirada hacia abajo. Responde así a la convocatoria de esta XXI Bienal y su texto curatorial. Eso de “fuera de cubo blanco” –que es parte de un lenguaje encriptado sólo dirigido a entendidos en la materia– debe ocurrir en la percepción de los espectadores.

Es decir, este “fuera de cubo blanco” no es un divertimento intelectual sino que tendrá algún sentido en tanto que quien mire la obra lo perciba, perciba el efecto de salir del cubo blanco mientras está parado dentro de la sala. Si no le sucede al espectador, no tiene importancia en absoluto.

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