Crisis, corresponsabilidad y la opción del fuego
Un Órgano Electoral (OE) desprovisto de confianza y permanentemente cuestionado tuvo que administrar el proceso electoral más competitivo y controversial de los últimos tiempos.
Le antecedieron sentidas renuncias de algunos de sus miembros, unas elecciones primarias que no tuvieron ningún efecto democratizador sobre los partidos y decisiones como la de reemplazar candidatos al margen de lo previamente normado, entre otras cuestionantes.
Los eventuales candidatos se engolosinaron con la idea electoral y transitaron hacia el 20 de octubre sin reparar en nada, excepto en los defectos y pasado de cada uno.
Las benditas encuestas, la guerra de memes y fake news nos idiotizaron, y salvando esporádicos intentos, no forzamos lo suficiente desde ningún espacio para que se debatan temas preelectorales, o se generen acuerdos poselectorales, pese a la sensación de desconfianza o anuncios de agentes de ambos bandos de que se desconocerían resultados.
En nuestra cultura democrática la votación es un acto trascendental. Dicho de otra forma nuestro ideario básico de lo que es la democracia pasa por el voto.
Este 20 de octubre no fue la excepción, tanto así que de inmediato tomaron posesión miles de jurados electorales y 7 millones de bolivianos concurrieron a las urnas en nuestro geográficamente accidentado país.
Ahora en el cautiverio poselectoral, es fácil rememorar que la transmisión de resultados preliminares (TREP) concluyó con un primer informe a las 20 horas.
Este recuento marcaba tres claras tendencias, la primera que el Movimiento Al Socialismo era el partido con la mayor votación, la segunda que el candidato Chi desplazaba a Óscar Ortiz de BDN del tercer lugar, y una tercer tendencia que sin ser irreversible era posible llegar a un balotaje por la diferencia de tan solo 7 puntos entre el primero y segundo Para las 22 horas se esperaba un segundo informe al 90% de las actas.
Sin embargo, el TSE ingresó en un irresponsable e inexplicable silencio de más de 20 horas que abrió las puertas de las sospechas, despertando todo tipo de conjeturas sobre posibles fraudes o manipulaciones que sin estar probadas, vaciaron casi por completo la mínima confianza en el resultado electoral.
Los entendidos en conflictos señalan que el caos comienza como una “crisis de percepción”, la cual hoy se convirtió en realidad irreversible para los perceptores.
La vorágine de hechos posteriores bien se puede definir como cuadros de incontinencia episódica y verbal expresados en destrucción a edificios públicos, anuncios de posesionar a presidentes al estilo Guaidó, circulación de listas negras, entre otros por parte de sectores cívicos y ciudadanos.
Por el lado oficialista, se lanzaron afirmaciones de que se gesta un golpe de Estado, además de impertinentes sindicaciones señalando que los estudiantes se movilizan por nota o por dinero. Las misiones de observadores, también han caído en imprecisiones al allanarse a ser parte de una auditoria pero al mismo tiempo recomendar que es preferible una segunda vuelta electoral sea cual sea el resultado.
En momentos previos a lo que puede ser el desencadenamiento de violencia y mayor fragmentación, resulta necesario reconocer la magnitud del conflicto, lo que se pone en juego y asumir que enturbiar las aguas intoxicando la comunicación con más adjetivos o improperios, no ayuda a ninguna solución. Segundo, existiendo una nueva configuración política, entonces corresponde que sus figuras representativas en un marco de urgencia política busquen soluciones y dejen de acumular incontinencias de cualquier tipo, pues ponen en riesgo la seguridad y estabilidad general. Ambos actores arrastran a cuestas problemas de origen en este proceso, repostulación forzada en contrarruta de un referéndum por un lado, improvisación e incapacidad para forjar un solo bloque opositor por el otro lado. Asuman y resuelvan el entuerto, puesto que la solución por el desastre que algunos funcionales a intereses desde los bandos atizan, es el peor de los caminos. Termino transcribiendo parte de un párrafo de una opinión publicada por R. Bautista, quien dice: “Jugar con fuego es fácil y eso quedó demostrado en la Chiquitania, pero como no aprendimos ahora se sigue jugando con fuego, pero ya no en el campo sino en las ciudades”.