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Cuánto más llorará Argentina

21 de mayo de 2020, 3:00 AM
21 de mayo de 2020, 3:00 AM

Algún rato historiadores bolivianos deberían estudiar el curso que han seguido nuestras relaciones con Argentina desde la Guerra de la Independencia. No han sido, por lo que se puede observar, fáciles y muchos de sus sucesivos gobiernos nos han clavado el puñal siempre que han podido, sin que sea posible explicar las razones de esa actitud.

Desde la llegada de los tres ejércitos auxiliares siempre los vecinos nos han dejado algo malo, y siempre, siempre, y sin justificativo, han intentado mirarnos desde arriba. 

El papel del gobierno argentino durante la guerra del Chaco fue otra muestra para sentir el antibolivianismo de su clase dirigente, que en muchas ocasiones se convirtió en abierta hostilidad. 

En mi limitado conocimiento y profunda rabia por lo que está marcando la relación actual entre ambos países, creo que en la historia contemporánea sólo Raúl Alfonsín nos trató con el debido respeto y reconoció el aporte boliviano a la recuperación de la democracia en la región, incluido su país (papel que incluso muchos de sus lúcidos periodistas siempre tratan de invisibilizar). 

Parecería que para Argentina somos, no más, algo que no debería existir. Si se realiza un seguimiento a sus medios de difusión, parecería que hay una generalizada y permanente actitud de “ningunearnos” o invisibilizarnos.

A tal grado de desatención llegan que un personaje como Juan Grabois, dirigente social que trabajó con el Papa Francisco y que aprovecha esa relación para imponer su liderato se anima a lanzar canalladas en contra nuestra o un ciudadano que podría expresar algo de equilibrio como el Premio Nobel Adolfo Esquivel se atreve a opinar sobre nuestro destino político. Ambos tratando de deslegitimar la movilización pacífica de octubre y noviembre del pasado año por la consolidación del sistema democrático.

Para colmo, su actual presidente –impuesto por la ex presidenta y procesada Cristina Fernández de Kirchner—convoca a las fuerzas antidemocráticas del país para recuperar el poder, del que fugó su aparente aliado Evo Morales que ha encontrado en territorio argentino el campo libre para promover sin escrúpulo alguno la violencia en Bolivia.

En este sentido, me llama la atención cómo los gobernantes argentinos (reitero, con la excepción de Alfonsín) se han portado con el desarrollo de la democracia en Bolivia. Me siento –aunque probablemente algo exagero—como entre 1976 y 1982, cuando los sucesivos dictadores militares argentinos apoyaron a sus pares bolivianos y asesoraron a las diversas fuerzas autoritarias, incluidos paramilitares, para defender a los dictadores de turno y reprimir a las fuerzas democráticas. 

Percibo, pues, que Fernández y los intelectuales peronistas argentinos están asumiendo similar papel al que cumplieron los Videla y sus sucesores con sus pares militares en el país para obstaculizar la consolidación de la democracia en Bolivia.

Además, creo que les duele que en la década de los 80 pudimos enjuiciar y encarcelar a los principales líderes de la dictadura militar garcíamecista, mientras ellos, los peronistas, sólo buscaban pactar con sus dictadores, lo que impidió Alfonsín. Y parecería que a sectores intelectuales, empresariales, gremiales alejados de aquella político-ideológica, les duele que mientras en Bolivia una movilización democrática y esencialmente pacífica logró hacer huir al autoritario Morales que pretendía eternizarse en el poder, en su país se devolvía el poder al kirchnerismo.

En fin, siento que a Argentina le queda todavía mucho que llorar para que deje de ser el país que mira por encima a sus vecinos que no son Brasil, y que tiene reconocidos intelectuales, científicos, periodistas, médicos, hombres y mujeres, junto a una clase dirigente compuesta mayoritariamente de pistoleros y asaltantes, civiles o militares, hombres y mujeres.
Cualquier reclamo, “en la cuenta del otario que tenés se la cargás”…




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