Estas madres comparten sus experiencias sobre cómo se dan modos para ejercer una de las ‘profesiones’ más nobles. Algunas perdieron partes del cuerpo, otras habilidades, pero el instinto materno está intacto y más fortalecido que nunca

23 de mayo de 2022, 8:06 AM
23 de mayo de 2022, 8:06 AM


A menudo la gente dice que la maternidad es sacrificio y abnegación, pero cuatro mujeres pueden dar fe de eso, y sin derecho a réplica.

Son doblemente especiales. Son madres y también tienen capacidades distintas, características físicas ante las que muchos se habrían rendido. Para ellas no es opción, a veces se quiebran, pero saben que en casa hay vidas que dependen de su fortaleza interior, y eso las volvió guerreras.

Rosario Infante pasa los días sola en su casa, mientras sus dos hijos mayores van al trabajo y el menor al colegio. Por ahora arma flores de tela, por el Día de la Madre las venderá afuera del Hipermaxi de la Villa Primero de Mayo. Pretende juntar platita para comprar una ‘mudada’ a su hijo menor, que está por cumplir 15 años.

Perdió una pierna por la diabetes. Antes de eso hacía tortas para vender. Hoy no tiene pedidos, por eso recuerda a sus antiguos clientes que aún tiene manos, que su cabeza está perfecta para recordar las recetas y que mantiene la sazón.
Cuando le amputaron la pierna, su mundo se puso de cabeza. Sus dos hijos mayores dejaron de estudiar para trabajar y pagar los gastos médicos. Por eso hoy su “terror” es que el menor abandone los estudios. “Siempre una mamá sueña con que su hijo pueda surgir”, dice, mientras el ‘surrapo’ la abraza y asienta su mejilla sobre ella.

A veces las fuerzas le faltan, lo confiesa, y cuando eso pasa, dice que solo le queda aferrarse a Dios. “Es el único que puede sacarnos toda tristeza y amargura del corazón, lograr que sonriamos, nos da fuerzas para seguir”, sostiene.



Foto: Rosmery Infante con su hijo menor (Crédito: Juan Carlos Torrejón)

Gloria Flores ya es adulta mayor. Igual que Rosmery, hace varios años que perdió una pierna por la diabetes.
Hoy, prácticamente es el sostén de su ‘yerna’ (así la llama) y de sus cuatro nietos de 5, 7, 9 y 10 años, debido a que su único hijo es “un tiro al aire”. Su hogar se reduce a dos cuartos en alquiler, en una casa donde habitan otras familias.

Antes salía de su casa en el barrio Cupesí Terrado al mercado nuevo del Plan 3.000 a vender tarjetas telefónicas, pero un taxista le quitó sus cosas hace seis meses, y tras perder su capital de Bs 2.300, ahora sale a pedir “colaboración” en silla de ruedas, empujada por su nieta mayor.Gloria también se ayuda con la Renta Dignidad. Dice que eligió ese bono y no el de discapacidad porque recibe Bs 100 más. Su ‘yerna’ gana unos pesos adicionales con la limpieza de casas y lavado de ropa.

Cuando perdió la pierna se sintió incapaz de todo, solo quería morir porque no podía ni bañarse. “Yo era trabajadora desde chica y ahora tengo que pedir ayuda. Mis nietos me dan fuerzas para seguir porque me necesitan. Mi yerna y mis nietitos son mi única familia”, aseveró.


Foto: Gloria Flores junto a sus cuatro nietos y su 'yerna' (Crédito: Juan Carlos Torrejón)

La historia de Verónica Villalba es muy dura. La maternidad le llegó con malas noticias. En el primer embarazo empezó a perder la vista, tenía 22 años y solo contempló el rostro de su niño, Maximiliano, por tres meses.

Primero, le dijeron que tenía neuritis bilateral, luego esclerosis múltiple y lupus, hasta que finalmente en Argentina le diagnosticaron que se trataba de la enfermedad de Devic. También le dieron un mal augurio, que de cinco años en adelante perdería movilidad en brazos y piernas, hasta quedar en estado vegetal. Sin embargo, tiene 33 años, y para su bendición y la de sus dos hijos, de 10 y 6 años, eso no ha sucedido.

Cada vez que sufre una crisis nerviosa, Verónica atraviesa episodios médicos, o se paraliza, o se acentúan otros problemas físicos, como le sucedió cuando su pareja la abandonó y su madre estuvo en terapia intensiva por seis meses.

Actualmente, Verónica es la vicepresidenta de la Asociación de Personas con Discapacidad Visual Padres y Tutores Todos por la Inclusión. Tiene claro que para obtener respeto de la sociedad, hay que organizarse. A pesar de eso, cree que los no videntes son los más excluidos del grupo de personas con capacidades distintas.

“Creamos nuestra asociación, como dice nuestra sigla, para que todos seamos incluidos en la sociedad y tengamos fuentes de trabajo dignas, pero no es fácil, la sociedad se ha enfocado en que solo puede incluirse laboralmente a personas con cierta discapacidad, y la ceguera no entra”, explicó. 

Verónica dice que en diferentes ocasiones envió su hoja de vida al Ministerio de Trabajo, pero hasta la fecha no ha tenido la oportunidad de insertarse laboralmente, porque siempre hay alguna traba, a pesar de que estudió Ingeniería Financiera en la Udabol y Contaduría Pública en la Uagrm, y solo le faltaba la tesis en una carrera, y dos seminarios en la otra, pero eso ocurrió justo cuando empezó a perder la vista. “Es más fácil conseguir trabajo para una persona a quien le falta un brazo o una pierna”, asegura.

Hubo momentos en los que no tenía un plato de comida para dar a sus hijos. El papá de sus hijos la abandonó con el segundo embarazo, que los médicos le recomendaron interrumpir, pero ella dijo que Dios tendría la última palabra.
Entonces empezó a vender productos de todo tipo a través de las redes sociales. La ayudaron su hijo, un amigo que le daba la mercadería sin pedirle dinero anticipado y una aplicación del celular para no videntes, Talkback. 

Para reconocer los billetes, si eran falsos o verdaderos, alistaba un vaso con agua, y su hijo le avisaba si la tinta se corría. Pero después de un tiempo la persona que le daba los productos se dedicó a otra cosa, y Verónica decidió demandar al padre de sus niños y exigirle pensión. Hoy sobrevive con eso y con la venta de panes.

Un doloroso momento fue cuando su hijo le dijo que sentía vergüenza de que ella fuera “ciega”, pero hoy ese episodio quedó en el pasado. Para no colapsar, Verónica se enfoca en sus hijos. “Cada día me levanto y me digo que puedo con todo. Les hago el desayuno, les ordeno la ropa, los ayudo con las tareas. Si sirvo para criar hijos, entonces soy útil”, dice.



Foto: Verónica Villalba con una de sus hijos

Patricia Thompson tiene 57 años y dos hijos, una de 33 años y otro de 17. Ha perdido el 80% de capacidad auditiva en un lado, y un 65% en el otro, pero, además, tiene la visión muy limitada y prótesis de cadera.

Dice que empezó con los problemas físicos a los dos años, pero que se dieron cuenta a los siete, cuando la llevaron al especialista, luego de que se abriera la frente por chocar con un poste mientras caminaba.

El papá de su hijo menor desapareció cuando se dio cuenta de que el niño tenía capacidades especiales. “Nació con hemiparesia porque fue prematuro, tenía paralizada la mitad del cuerpo, tiene algo de autismo, Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), toma anticonvulsivos y otras medicaciones. Tiene nueve operaciones, de riñón, ojos, etc., ha sido un milagro de la vida”, dice Patricia, pero sin atribuirse el mérito de luchar a solas por él. 

Su hija mayor vive en Brasil, y el menor ya escribió dos libros, uno a los siete años y otro a los 14. Está entre los mejores alumnos de su colegio y fue nombrado Talento extraordinario por el Seduca. Estudiará Ciberseguridad o Ingeniería Física, y mientras eso ocurre, Patricia hace de todo para convertirlo en un hombre independiente.

Patricia además es rescatista de animales y dice que no morirá sin hacer realidad su anhelo de tener su propia fundación.

Foto: Patricia Thompson con su hijo menor, Samis Farías (Crédito: Marco Antonio Méndez)