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26 de julio de 2024, 4:00 AM
26 de julio de 2024, 4:00 AM


Hernán Terrazas E.

Alguien decía que el país experimenta una crisis económica “fluctuante”, porque un día el dólar cuesta tanto y al día siguiente un poco menos, además que, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurría en los primeros años de la década de los años ochenta del siglo pasado, la gente no siente del todo el impacto en sus bolsillos.
Los precios de algunos productos, sobre todo los importados, suben, pero no tanto como para que la crispación social sea mayor. En otras palabras y aunque suene raro, el gobierno parecería confiar en que las cosas no lleguen a extremos tales que deriven en una incontrolable inestabilidad social o, peor, en una verdadera catástrofe electoral para el partido de gobierno, independientemente de quien sea su candidato.
Pero una cosa es lo que se quiere creer y otra lo que verdaderamente pasa. Desde hace varias semanas que el boliviano se devalúa cada vez más ante el dólar. Hay pocos dólares y cada vez más caros. Ya no basta con minimizar el problema o pronosticar una pronta salida. La credibilidad del gobierno en este sentido es casi nula.
Lo mismo pasa con el diésel. Un día hay y al siguiente se forman largas colas de vehículos, de transporte pesado la mayoría, a la espera de conseguir algo de combustible. Los problemas son graves para el transporte y mucho más aún para los agricultores.
Sin máquinas para trabajar la tierra se arriesga la producción, aumentan las pérdidas para el sector y se compromete la seguridad alimentaria. Las soluciones siempre están a punto de llegar, pero resultan ser paliativos, porque la importación resulta siempre insuficiente comparada con la creciente demanda y volvemos al círculo vicioso.
Además, como las deudas con las empresas que transportan hidrocarburos son cada vez más altas, ya no es fácil acceder a créditos. Y entonces se recurre a acuerdos no del todo transparentes con Rusia para importar diesel, incluso a riesgo de que el país sea objeto de sanciones vigentes desde que Vladimir Putin invadió Ucrania hace dos años. Los tanqueros llegan con banderas de países como Gabón, una república del África Central sobre la que no existen muchas referencias, salvo las que puede ofrecer una curiosa búsqueda en Google.
Si una palabra define todo esto es “incertidumbre”. Tal vez sepamos lo que va a pasar hoy, pero ignoramos como viene la mano mañana. El dólar a la compra llega a Bs.10 el jueves, pero el viernes puede subir un poco más y el sábado bajar medio punto. Nadie sabe. ¿Y el diésel? Pues ahora que atracaron los grandes tanqueros repletos de diésel ruso en el Puerto de Arica, cabe esperar que las cisternas lleguen lo antes posible a Bolivia y abastezcan de una vez a todo tipo de consumidores.
Pero ¿será sostenible esta solución? ¿No habrá sanciones para Bolivia por importar combustibles desde un país sancionado por Europa y Estados Unidos? En estos tiempos, las dudas pueden más que cualquier otra cosa.
El presidente Luis Arce dice, por ejemplo, que “de a poquito” vamos saliendo de la crisis. Qué significa “de a poquito”. ¿Poquito es un año, es dos o más? ¿Qué impide que en lugar de avanzar “de a poquito”, avancemos “de a muchito”? ¿Cuál es la diferencia entre las medidas que se adoptan para hacer las cosas de “a poquito” o “de a muchito”? Esa es la cuestión.
Pero el asunto es que no hay respuestas o, si las hay, su credibilidad dura hasta que la realidad las desmiente. Y la gente como que se va habituando a esta historia, a despertar cada mañana en un escenario diferente al del día anterior, a experimentar una suerte de administrada zozobra, a concluir que por ahora todo es así, tan difícil de predecir, tan escurridizo, a resignarse a vivir, “de a poquito”, en la incertidumbre.


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