Opinión

Dedos acusadores

16 de septiembre de 2021, 5:00 AM
16 de septiembre de 2021, 5:00 AM

Hay que defender a la iniciativa privada. Es cierto. Pero todo tiene límites.

El caso del dedo humano que apareció en una hamburguesa provocó, de inicio, la solidaridad de los cruceños con la cadena de comida rápida en la que ocurrieron los hechos. No es malo que así haya sido, porque se estaba defendiendo una empresa privada que, mal o bien, creó fuentes de trabajo en esa tierra pujante. Cuando se confirmó que realmente se trataba de un dedo humano, y que hasta había otro que estaba desaparecido, la defensa bajó de tono hasta desaparecer.

Y es que, como todo tiene límites, tampoco se puede admitir que, fortuito o no, un negocio te haya entregado comida sin garantías de higiene y bioseguridad. Por menos de eso, restaurantes de Estados Unidos y Europa son clausurados definitivamente, además de pagar una fuerte multa o someterse, si corresponde, a los procesos penales derivados de un atentado a la salud pública.

Pero a este emprendimiento se lo defendió de inicio y eso es bueno porque allí se percibió buenas dosis de empatía, lo que no ocurrió en el caso de Anabel Angus, la presentadora que intentó incursionar en la música con un video que ha sumado una enorme cantidad de desaprobaciones.

Debo confesar que la polémica sobre el asunto, enmarcada en lo que curiosamente se llama “dislikes”, me llevó a buscar el video en YouTube para saber si merecía semejante caudal de rechazo, porque eso es una desaprobación.

Estoy consciente de que no soy un experto en música, pero existe algo que se llama gusto y la verdad es que, por lo menos en mi caso, la canción no me pareció desagradable, al menos no para marcar la opción de desaprobación que los internautas llaman “dislike”.

Los antecedentes que giran en torno a Anabel Angus tienen que ver con esa mala costumbre que tenemos los bolivianos de reprochar los intentos de avanzar rápido que suelen asumir muchas personas. Tenemos que admitir que nos cuesta lidiar con el éxito de la vecina o el vecino y, por lo tanto, si tenemos la oportunidad de destruirlos, lo hacemos sin medir consecuencias. Ahí es cuando funciona bien la manada, porque esta permite que se disuelva el individualismo. Al actuar en conjunto, la responsabilidad se diluye en el grupo y es posible causar daño impunemente. Se puede apuntar los dedos acusadores en contra de la persona que nos tomó la delantera y, además, echarle piedras, a ella o a su techo de cristal. Y el fondo de todo es, como lo sabemos íntimamente, la envidia.

Debido a esa actitud mezquina, los bolivianos no alcanzamos los niveles internacionales de nuestros vecinos. No tenemos deportistas, escritores, pintores o escultores de fama internacional.

Somos como escorpiones en una cesta que, cuando vemos que alguien quiere salir, le agarramos de la cola y le hacemos bajar. Así, podemos nomás comer y tragar cualquier cosa, sin advertir que se nos van pedazos de personas por delante.

Juan José Toro Montoya - Periodista


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