Opinión

Déficit público: ‘Yo no fui, fue Teté y los duendes del arcoíris’

27 de septiembre de 2020, 5:00 AM
27 de septiembre de 2020, 5:00 AM

En las últimas semanas se ha conocido que el déficit público podría superar los Bs 20.000 millones hasta junio de 2020; es decir, que la diferencia entre los gastos e inversiones y los ingresos del Estado llegarán al 6% del Producto Interno Bruto (PIB).

Hasta el final de este periodo podríamos estar con un desbalance entre un 12% y 14% del PIB. Sin ni siquiera sonrojarse, el masismo denuncia que el desastre fiscal y la crisis económica comenzaron en marzo de este año. En la narrativa electoral neorrevolucionaria, a pesar de que salieron huyendo, dejaron la economía boliviana como un dije, una joya inédita del luminoso proceso de cambio. Además, en su época el déficit público era bueno como el pan. Ciertamente una divina leyenda de duendes.

¿Saben ustedes que es un duende? ¿Alguna vez vieron alguno? ¿Conocen dónde viven? Cuenta la leyenda que habitan en la frontera entre el cielo y la tierra. En lugares donde nacen los arcoíris. Y que en realidad, los múltiples colores que pintan el cielo, en los días de lluvia, son el reflejo de miles de ollas repletas de oro que los duendes atesoran en varias partes del mundo.

Allá por el 2006, un divino arcoíris surgió de las faldas del majestuoso Illimani y bosques chiquitanos, donde centenares de duendes de la fortuna hicieron llover plata sobre la economía boliviana.

Los precios de las materias primas que exportamos se fueron al cielo, aumentaron los ingresos por impuestos, engordando las arcas del Estado. En efecto, entre el 2006 y 2014, estos pequeños amigos ayudaron a acumular sistemáticos superávits públicos.

En el periodo, las arcas públicas registraron una acumulación promedio anual del 1,8% del producto. Los duendes de la suerte y los hermanos revolucionarios bailaban y cantaban, en sendas guitarreadas, festejando la bendición de los recursos naturales. Aunque no existe una versión precisa de los terribles hechos, un bello día, a los duendes de la fortuna, alguien quiso pintarlos de azul. Ante el atrevimiento pendenciero de querer convertirlos en pitufos, estos se rebelaron y se mandaron a cambiar con sus ollas de oro, no sin antes decretar el fin del periodo de vacas gordas con el desplome de los precios del gas natural y los minerales. Las arcas del Estado comenzaron a vaciarse.

En efecto, a partir de 2014 los desajustes fiscales se incrementaron. Ese año el déficit llegó al - 3,4% del PIB. En 2015 este indicador se fue al - 6,9%. En 2016 se registró un - 6,7% y después en los años 2017, 2018 y 2019, se registraron déficits públicos de -7,8%, - 8,1% y - 7,7% del producto, respectivamente. Para el 2020, como resultado de la crisis sanitaria y la cuarentena, el déficit público puede superar el 12% del PIB, como ya fue mencionado. Durante más de seis años, el Gobierno de Morales esgrimió la teoría del déficit público revolucionario y bueno. El agujero fiscal se justificaba, dizqué, porque se hacían inversiones públicas que después tendrían retorno. Ahora sabemos que los elefantes azules que se construyeron fueron monumentos al despilfarro. Los gastos en propaganda del régimen y en los caprichos y gustitos del jerarca no eran benditos ni se pagan solos. Ahora sabemos que nunca recuperaremos un peso de las inversiones inútiles y los gastos dispendiosos.

Así que para conocimiento de los aprendices de duendes, la crisis fiscal y económica comenzó en 2014 y se profundizó debido a las políticas de desperdicio de la gestión de Luis Arce Catacora. La crisis financiera y la cuarentena fueron apenas el cherry de la torta. Así que, la estrategia de: ‘Yo no fui, fue Teté’, es otro cuento de enanos.

Bueno, identificados los duendes y desenmascarados los que ahora quieren hacerse los sonsitos. Una de las preguntas centrales de la coyuntura económica es ¿cómo recuperar la senda del crecimiento económico con un déficit fiscal tan grande? No hay duda de que en la emergencia actual las prioridades de las políticas económicas son: por el lado de la demanda, seguir ayudando a la gente, en especial los más pobres.

Y por el lado de la oferta, la mantención y creación de empleos de calidad en el sector privado y la mejora de los sistemas de salud y educación. Es deseable que estas políticas de corto plazo pavimenten una recuperación económica verde y digital que sea la base del cambio de patrón de desarrollo. Sin embargo, estas medidas, que son estándares para la coyuntura recesiva, tienen la restricción compleja del financiamiento.

Si nos mantenemos en el mundo estrictamente técnico, se requieren acciones simultáneas tanto por el lado del gasto como por el flanco de los ingresos para mejorar la salud de las arcas públicas. Ciertamente, el Estado populista dejó mucha gordura por cortar. Pero también está el desafío de la optimización de la inversión y las expensas públicas. Estas últimas, por ejemplo, deben ser de calidad y que impulsen al sector privado nacional y extranjero.

En lo referente a los ingresos, el cambio estructural está vinculado a una reforma tributaria que, sobre todo, avance en la ampliación del universo de los contribuyentes, por supuesto, en base a una economía más diversificada y formal. En el cortísimo plazo, el financiamiento externo jugará un papel central. Por supuesto, siempre se puede rezar para que vuelvan los duendes de los arcoíris, aunque no creo que escuchen nuestras plegarias. Sin embargo, en la coyuntura actual las soluciones técnicas dependen de lo que pase en la política, de manera más concreta en la posibilidad de un acuerdo nacional sobre nuevas reglas fiscales, rol de las empresas públicas y una reforma tributaria.

El país necesita de un esfuerzo colectivo y de un aumento de productividad mayúsculos. El populismo dejó la economía quebrada. Reconstruirla y reinventarla son tareas generacionales. Los duendes no volverán. Ahora depende de nosotros.



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