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Desinformación

18 de marzo de 2021, 5:00 AM
18 de marzo de 2021, 5:00 AM

La polémica por el origen de la wiphala tiene larga data. El indicio más remoto que tengo es el de mayo de 1945, cuando se reunió el I Congreso Indigenal Boliviano.

El tema me interesó desde que vi una fotografía del cuadro “La entrada del arzobispo virrey Morcillo a Potosí”, de Melchor Pérez de Holguín, porque en él se puede ver banderas parecidas a las wiphalas flameando en la torre del templo de San Martín. “¿Serán wiphalas?”, me pregunté durante años porque todas las imágenes disponibles están en fotografías, pues el cuadro mismo se encuentra en el Museo de América, en Madrid. Para confirmarlo, había que viajar a España y, también durante años, eso fue un sueño inalcanzable.

El 28 de enero de este año estuve, por fin, frente al cuadro. Lo miré, embelesado, durante tres horas, hasta que la responsable del Departamento de América Virreinal, Ana Zabía de la Mata, me pidió que prosiga la visita por el resto del museo. Y sí… son wiphalas. Ahora no tengo dudas porque lo comprobé personalmente. El gran detalle es que el cuadro fue pintado en 1716; es decir, 229 años antes del I Congreso Indigenal Boliviano y el supuesto inicio de la polémica.

Además de revisar el cuadro, en Madrid hablé con expertos en vexilología y la mayoría ratificó mi conclusión: la wiphala no tiene origen español. Con ese convencimiento, publiqué un reportaje en el que hay mayores argumentos que los que me permite este espacio.

Y también en Madrid, pero ya en esta semana, tuve una experiencia curiosa: una de las presentaciones ante estudiantes de posgrado de periodismo abordó el espinoso tema de las redes sociales y de ahí resbalamos hacia la crisis política que afronta nuestro país. Yo era el único boliviano del auditorio, integrado mayoritariamente por periodistas recién titulados de España, pero muchos parecían tener varias cosas que decir al respecto. Lo que más me impresionó es que una de mis colegas, una centroamericana que se encontraba en testera, y no en el auditorio, me espetó respecto a una opinión que lancé sobre la crisis boliviana. 

Me enfrentó y casi me calla exponiendo, con pasión, su análisis sobre esta crisis que tiene lugar en un país que ella todavía no ha pisado. Yo, que cuido mis opiniones sobre la actual conflictividad boliviana, porque llevo fuera del país casi tres meses, solo atiné a preguntarle dónde había leído todo lo que me decía y su respuesta me desconcertó más: “¡En las redes!”.

Entonces entendí que el esfuerzo por acercarse a la verdad mediante la comprobación directa, como hice con el cuadro de Holguín, ha entrado en desuso. Ahora es suficiente correr la pantalla de un celular con el dedo para creer que uno se está informando sobre lo que pasa en el mundo. Y la verdad es que ocurre todo lo contrario.

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