Opinión

Diego de Mendoza y los cruceños “levantiscos”

16 de octubre de 2020, 5:00 AM
16 de octubre de 2020, 5:00 AM

Diego de Mendoza es uno de los hombres de la conquista. Era un criollo nacido en Asunción del Paraguay hacia 1540. Muy joven se enroló en la hueste de Ñuflo de Chaves, al que le unía un parentesco político; participó activamente en el proceso de conquista del Oriente boliviano. Fue protagonista de la fundación de Santa Cruz de la Sierra y uno de los que tomó la decisión de vivir América históricamente, pues se convirtió en un poblador vertical, es decir, se plantó en la tierra.

A raíz de la violenta muerte de Chaves, los cruceños reunidos en cabildo, a fines de 1568, tomaron la decisión de elegir a Diego de Mendoza como sucesor de Chaves. Esta elección estaba al margen de las normas de un Estado centralista, por lo que fue muy mal recibida por las autoridades de Charcas y el virreinato, especialmente por el virrey Toledo. Como se sabe Toledo, que había sido posesionado en 1569 después del caótico periodo de las guerras civiles en el Perú, traía el encargo expreso de reorganizar el virreinato y fortalecer las autoridades establecidas. Con esto en mente, Toledo desconoció a Mendoza y nombró en su lugar a Pérez de Zurita. Esto provocó un periodo de discordias y luchas civiles, pues el vecindario cruceño se oponía a Zurita. La situación se hizo insostenible. Después de negociar Mendoza decidió dejar la gobernación velando por el bien común; tenía la promesa de Toledo del indulto y una justa retribución “por los servicios prestados a la Corona”. Pero Toledo (que para algunos es considerado “el supremo tirano” y para otros “el supremo organizador”), no solo faltó a su palabra sino que, después de un juicio sumario, lo hizo decapitar en Potosí en 1575.

Han pasado más de 450 años del cabildo en el que los cruceños decidieron nombrar a su gobernador. Muchos años después, en otro memorable cabildo, casi 400.000 personas exigieron la elección de prefectos (este acto de “rebeldía” benefició a todo el país) y poco tiempo más tarde los nueve prefectos fueron posesionados, lo que sin lugar a dudas inició una nueva y revolucionaria etapa en la historia del país, pues con ellos comenzó la irreversible descentralización que debería llevar a las autonomías departamentales.

La figura de Diego de Mendoza no solo debe ser el ícono que recuerde al gobierno departamental cruceño que la voluntad popular no se negocia, que ahí están los 500.000 ciudadanos que pidieron autonomía departamental y los casi 400.000 que se reunieron a los pies del Cristo Redentor para exigir el voto popular para su elección. Debe ser además el recordatorio de que en todas las épocas existen los Toledo que, encaramados en el poder central, son capaces de cualquier cosa para desacreditar y anular los poderes departamentales.

Los cruceños nos hemos caracterizado por una permanente rebeldía contra el poder central; fuimos calificados de “levantiscos”. La explicación a esta rebeldía no hay que buscarla en una actitud de simple rechazo a las leyes, sino más bien a un pasado en el que el poder central siempre ha tenido la tendencia al centralismo castrador.

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