Opinión

Efecto mariposa

25 de febrero de 2021, 5:00 AM
25 de febrero de 2021, 5:00 AM

Algunos científicos afirman que el simple aleteo de una mariposa podría generar tornados y huracanes en otro lugar. Se basan en la “teoría del caos”, una rama multidisciplinario que sostiene que, si vivimos en entornos inestables, pequeños movimientos podrían generar grandes desequilibrios. Este concepto podría ser relevante a la hora de analizar las normas y reglas que operan en varios mercados, más conocidas como regulaciones.

El martes, el investigador del Banco Mundial Roberto Fattal presentó un documento De la micro a la macro: barreras a la entrada, mala asignación y productividad agregada. Un día antes, el académico de la Universidad de Harvard Louis Kaplow publicó el documento Política de competencia en un modelo simple de equilibrio general.

Menciono ambos documentos porque apuntan a una similar conclusión: reglas arbitrarias en los distintos rubros y sectores tienen repercusiones negativas en toda la economía.

Como economista, estoy convencido de que la buena regulación no solo es deseable, sino necesaria para el bien común.

Las buenas regulaciones mitigan los problemas relacionados con la falta de competencia, que implican precios más altos y volúmenes más bajos que los que existirían en un contexto con más empresas y consumidores. También sirven para evitar que empresas o consumidores generen consecuencias no deseadas en su entorno. El ejemplo clásico es la contaminación, ya sea por el consumo (por ejemplo, humo de tabaco en espacios cerrados) o la producción (como podría ser por la mala disposición de residuos industriales). Por tanto, las regulaciones adecuadas pueden corregir estas “fallas de mercado”.

Sin embargo, las entidades reguladoras también tienen deficiencias. Como lo enumera el premio nobel Joseph Stiglitz (quien, dicho sea de paso, es partidario de una mayor intervención estatal en economía) en su texto sobre “La economía del sector público”, el Gobierno tiene limitaciones. Entre ellas se cuentan: i) las políticas públicas tienen consecuencias complejas que son difíciles de prever; ii) el Gobierno no tiene el control total de las respuestas de los comportamientos empresariales; iii) la maquinaria estatal (burocracia) actúa a veces de manera contradictoria entre las entidades que la componen; y, iv) el proceso político implicaría resultados contrarios a las prescripciones técnicas. Por tanto, los fundamentalismos de que “el mercado es siempre perfecto” o “que el Gobierno nunca tiene fallas” están alejados de la realidad. Ambos tienen limitaciones y las causas de estas fallas deben ser no solo analizadas, sino solucionadas.

Una buena regulación requerirá como condición fundamental un entendimiento y conocimiento claro de los reguladores. No se puede regular simplemente por intuición o, peor aún, por intereses ideológicos. Para ello se necesita entrenar y capacitar a los reguladores ya sea en instituciones similares de otros países o en organismos internacionales capacitados. La segunda condición será que el personal capacitado pueda seguir una carrera profesional y el desarrollo de sus funciones libre de presiones políticas o corporativas.

Un tercer elemento es el apoyo que podrían encontrar los reguladores en los centros académicos para comprender aquello que se está regulando con especialistas independientes.

Con estos elementos, podremos comprender, cuantificar y evaluar los costos y beneficios de medidas como bandas de precios, barreras al comercio exterior y regulaciones de entrada y salida en mercados, incluyendo el ámbito laboral. Sin ellos, la regulación para el bien común no existe.

Uno de los mejores y más usados textos de evaluación “social” de proyectos, escrito por el profesor chileno Ernesto Fontaine, indica que un alto crecimiento económico es la suma de las buenas decisiones individuales y de adecuadas regulaciones. Ese debía ser el sentido de las políticas públicas en distintos mercados. Sin una regulación adecuada, solo cosecharemos huracanes y tornados en toda la economía.

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