7 de noviembre de 2021, 5:00 AM
7 de noviembre de 2021, 5:00 AM

Viejo como la humanidad el aborto existe. No solo significa aquello que indica nuestro sentido común, sino también lo que venimos haciendo en la crianza de animales, por ejemplo la castración de los potros. También en los árboles con la mutilante poda. La lista es interminable. La acción de abortar es parte de nuestros recursos desde que nos impusimos controlar la naturaleza. Diversos oficios, a propósito del aborto y sus varias formas, son oficiales y merecen el respeto milenario que tienen de la sociedad. Nuestro desencuentro parece radicar únicamente en la interrupción del embarazo de la mujer. Si fuera de la gata, de la perra o de la hembra vegetal apenas nos alzaríamos de hombros. ¿Es correcta esta actitud? Yo no lo creo. ¿Acaso la gata, la perra y la naranja lo han decidido? Por supuesto que no. En cambio la mujer, que muy bien debe hacerlo, se halla impedida por razones que ya no son de este mundo actual.

Quienes se oponen al aborto reconfirman su fe religiosa, pero dañan la democracia. Se advierte que consideran universal su creencia, y no lo es. Lo que sí debería ser universal, es el respeto a la mujer. Todo indica que ha de ser así, aunque se tenga que derribar de cuajo el patriarcalismo de los confines del planeta. Este es el siglo de las mujeres y debemos apuntalarlo abriendo nuestras mentes. Si la fe religiosa desaprueba el aborto, pues es de esperar que su feligresía no haga uso de él y merecerá nuestro muy sincero aplauso. Es importante decirlo de este modo: el aborto no será un deporte y no cabe en la cabeza que alguna mujer se vuelva adicta a este recurso. ¿Por qué tendría que pensarse así? Bueno, por el patriarcalismo, el paternalismo y la estupidez que, en gran medida, aún nos gobierna. El aborto es el último recurso que, por cuenta propia, o por acuerdo con su pareja, se tiene a mano si no se desea traer un niño al mundo. 

Sé que alguna doctrina religiosa dice que debemos recibir a todos los niños que, buenamente, Dios nos envía. Lo siento: descreo absolutamente de ese mandato ¿divino? ¿Patriarcal? Difícil me resulta imaginar un mundo superpoblado de humanos peleando por un murciélago. En paralelo: muy triste traer al mundo un niño sin amor.

Al tiempo de comprender el embarazo, comenzaron las prácticas del aborto. Hierbas, cocimientos, manipulación torpe. Se puede afirmar que de entonces data esta carnicería. Garajes, entretechos, sótanos clandestinos. Manos oportunistas y la desesperación o simple voluntad de interrumpir el embarazo. Un reguero de mujeres muertas por esta causa que acompaña el derrotero de la humanidad. ¿A quién deja contento? Los que se oponen a su legalización ¿no saben que igual se lo practica? Impiden, en democracia, la voluntad cierta de una mujer sola o en pareja. ¿Cuál es el argumento que no proviene del pensamiento mágico? Si fue capaz de disfrutar que ahora sufra las consecuencias. Es decir: la mujer está prohibida de gozar del sexo. Si lo hace, debe ser únicamente reproductora. ¡Desgracia de razonamiento! ¿Por qué gélidos y tenebrosos pasadizos llegamos a esta oscuridad? ¿Aún falta que media humanidad comprenda lo que es el cuerpo? Milenario, el aborto caminó con el hombre mientras poblaba el mundo. ¿Cuál es la sorpresa? A mí me parece que debemos asumirlo, legalizarlo, volverlo seguro y enseñar sobre el sexo a partir del grado que corresponda en la escuela boliviana. No sigamos aplastando a nadie con el lastre del dogma.

El aborto debe ser por fin seguro. En quirófano de hospital a cargo de médicos idóneos. Si constituye un pecado para los creyentes, alguien sabrá disculpárselos. No puede seguir siendo un delito cuando en realidad se está frente a un derecho de la mujer. Pleno derecho negado en democracia. Ella debe gozar de su existencia tanto como pensamos que gozan los hombres, pero el Estado y la familia deben impartir educación sexual. No estamos en el mundo para reproducirnos. Es más: queremos reproducirnos menos, con la excepción de quienes profesan algún credo religioso y de quienes ejercen la tiranía sobre la mujer. La democracia que nos sirve debe posicionar a la mujer con absoluto dominio de sus derechos. El dominio de su cuerpo por supuesto que es indiscutible. ¿Es su cuerpo o no es su cuerpo? ¿Y de quién se diría que es? Su pareja puede ser consultada, pero normalmente sucede que la mujer quiere huir de ella. Debemos decirnos toda la verdad.

Gonzalo Lema es Escritor


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