Opinión

El despertar de la diversidad

16 de diciembre de 2019, 3:00 AM
16 de diciembre de 2019, 3:00 AM

Daniela Heidy Suaznabar Mosciaro - Roberto Cuéllar Higa

La reciente cultura de paz boliviana, manifiesta desde las cero horas del 22 de octubre de 2019, tuvo en agosto su origen. Empezó con las agónicas voces de la fauna y flora de la Chiquitanía. El fuego que las consumía despertó una conciencia civil que se rebeló contra la muerte. Fue el inicio del fin de una era autocrática que se regodeaba en lo fanático con poder abusivo e insensible.

A los pies del Cristo Redentor proclamamos ¡libertad! Allí se conjugaron distintas expresiones de idiosincrasia y credos; allí recargamos, en conjunto, optimismo y valor. Congregados en una antología social que representa la variedad cultural de nuestro país, resistimos, marchamos, cantamos como la pluralidad unida que siempre debimos ser. Armados de “pititas” en apariencia frágiles, pero irrompibles por ser su material primario la fe y la convicción, se apuntó hacia la paz.

En lo económico, emergió un comercio entusiasta, casual, bienvenido por los sedientos y hambrientos viandantes, ciclistas y ciudadanos apostados en los innumerables puestos de bloqueo pacífico.

Los niños dejaron de lado los juegos virtuales y tomaron las calles para que estas revivieran como antaño.

Asaltos, robos y demás males brillaron esperanzadoramente por su ausencia. Se respiraba un aire distinto, una transparencia gradual y creciente derivada de la descontaminación ambiental, y pronto política.

De esos históricos y renovadores 21 días, nadie salió como entró. Nos identifica ahora una huella en común, la de poder dirigir nuestra sociedad con riendas sensatas, de vivir en comunidad “como la gente”. Aprendimos que salir de nuestra zona de confort no representa un peligro, sino la salvación. Entendimos que el despotismo y la apatía son enemigos —ya no temidos de la libertad individual y colectiva.

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