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27 de mayo de 2024, 4:00 AM
27 de mayo de 2024, 4:00 AM

Ante la crisis desatada por el déficit de divisas en el sistema financiero boliviano y la consecuente devaluación monetaria que vive el país, que ya llega al 22% respecto al valor oficial de la moneda anclada en un tipo de cambio fijo que pende de un hilo, escuchamos a las autoridades gubernamentales minimizar el problema con argumentos propios de la teoría de desarrollo endógeno de mitad del siglo pasado, en la cual la economía del país debía basarse en la autosuficiencia y la sustitución de importaciones.
Según las autoridades bolivianas, primero no hay crisis, porque la economía creció a más del 3%, cuando es bien sabido que a valores contantes con un año base distinto al de 1990 y la moneda local a valor real respecto al dólar en el mercado paralelo, el crecimiento estaría mucho más cercano a lo estimado por el BM y el FMI. Esto sin contar que indicadores como la recaudación fiscal en el mercado interno en 2023 fueron menores a las recaudaciones de 2022, considerando además que casi un 20% de estas recaudaciones correspondieron a las facilidades de pagos y fiscalizaciones posteriores.
Por otro lado nos jactamos de una devaluación menor al 2%, cuando sabemos que está reprimida por la subvención a los combustibles y los alimentos, lo cual se hace cada vez más insostenible. Esto sin considerar que en la canasta básica que mide el índice de precios al consumidor (IPC) modificada el año 2016, se han incluido bienes y servicios que no necesariamente afectan al gasto corriente de la mayoría de las familias, tales como educación superior, whisky, TV cable, hasta gastos de pompas fúnebres. Es indudable que con estas variables, el indicador no muestra el sentir de la gente en los mercados de abasto, en las farmacias, en las pensiones populares, donde los precios se han incrementado por encima del 10% y en algunos casos como los medicamentos el incremento sobre pasa el 20%.
La cruda realidad actual nos demuestra que ningún país puede vivir en abundancia basado en la dadiva de las subvenciones, porque al final ésta tiene un costo mucho mayor al que se hubiera ajustado el gasto a costos reales (sin subsidios). En otras palabras, nadie se puede gastar más de lo que genera, ni acostumbrar el consumo interno a un ingreso que no es sostenible en el tiempo, dada la naturaleza cíclica de precios estacionalmente altos como el de los hidrocarburos entre el 2006 y el 2016, sin una base industrial productiva renovable y con valor agregado.
Debemos comprender que no es posible producir todo lo que demandamos, por lo tanto la autosuficiencia plena es una cuasi utopía, de hecho países tan grandes como Brasil, Rusia y Estados Unidos en siglos de historia económica no lo han logrado, pues como lo señalaban en los siglos XVIII y XIX Adam Smith y David Ricardo, la riqueza de las naciones está en sus ventajas y su especialización, por tanto el intercambio del comercio mundial es beneficioso en la medida que se optimiza el uso de los recursos escasos. Se debe tener la capacidad de producir y vender de forma competitiva. y a la vez comprar y abastecernos de lo que competitivamente producen otros países, de esta forma generamos ahorro y tendremos un uso eficiente de nuestros recursos, maximizando los beneficio.
El modelo de desarrollo económico endógeno aplicado en América Latina en los años sesenta y setenta del Siglo XX propugnaba que los factores internos de una nación como los recursos naturales, tecnológicos, el mercado interno, el ahorro y la inversión pública sean la base y sostén de la economía, prescindiendo en cuanto sea posible de la inversión extranjera directa, la tecnología foránea y el mercado internacional. Los resultados fueron una política proteccionista con aranceles elevados que alentaron el contrabando, una industrialización forzada no competitiva en manos de empresas públicas, un endeudamiento sobredimensionado que acabaron en crisis monetarias severas, inestabilidad política, e ingobernabilidad muy bien aprovechada por el totalitarismo castrense, y por otro lado organizaciones sindicales estatales muy poderosas, capaz de derrocar gobiernos en función a sus propios intereses.
Experimentados los modelos de neoliberalismo desde el 1986 a 2005 y el modelo socialista del 2006 a la fecha, vemos que Bolivia sigue siendo un país pobre, endeudado, en permanente crisis, con mucha pobreza extrema, bajo nivel de educación y un sistema precario de salud, a lo que se debe añadir los eternos problemas de institucionalidad, corrupción e inseguridad. Pareciéramos un Estado fallido. Sin embargo, creo que el problema no radica en el modelo de política económica, sino en nosotros mismos, nuestro nivel de educación, la inversión de valores en nuestra sociedad, el irrespeto a la norma y a las instituciones y nuestra clase política obsecuente al enriquecimiento ilícito, el clientelismo, la prebenda y el nepotismo.
Entonces el primer paso no es el cambio del modelo, sino, nuestro propio cambio, para empezar a construir una sociedad culta que nos permita elegir un modelo de desarrollo que no sea el liberalismo que nos deje a merced de la mano invisible de un mercado imperfecto, ni tampoco el socialismo que nos deje en poder de un estado interventor y anquilosado en una economía primaria y deficitaria. Necesitamos reconstruir nuestra sociedad con educación, entonces podremos construir un mejor Estado.

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