12 de julio de 2023, 4:00 AM
12 de julio de 2023, 4:00 AM


El pasado 5 de mayo, después de 40 meses, la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia sanitaria global por el covid-19, la pandemia que, según ese organismo de las Naciones Unidas, causó 765 millones de contagios y 20 millones de muertes. El secretario general de la OMS aclaró, sin embargo, que el virus no ha desaparecido y que se debe mantener la vacunación y las medidas preventivas; además advirtió que el mundo tiene que prepararse para otras pandemias que inevitablemente nos afectarán en el futuro.

Más allá del desastre sanitario y de la devastación económica que ocasionó, el covid-19 cambió el mundo en que vivimos de muchas formas. En primer lugar, aceleró significativamente el impacto de la tecnología sobre la humanidad, masificando su uso en todos los países y dando un nuevo sentido al concepto del internet de las cosas.

La interrelación social a través de dispositivos electrónicos, que se generalizó durante el confinamiento, es ya la forma dominante de la comunicación humana y esta transformación -que se iba a dar progresivamente-, hoy se ha impuesto en casi todas las poblaciones del mundo, abarcando gran parte de las actividades públicas y privadas.

Lo impensable de la religión sin templos, la educación sin escuelas, el trabajo sin oficinas, las compras sin mercados o los espectáculos sin público, se volvieron realidades cotidianas que no generaron el colapso de ninguna institución ni el final de ninguna tradición. Al contrario, se están generando protocolos, normativas y procedimientos para que las nuevas prácticas como el teletrabajo, las clases a distancia o incluso las audiencias judiciales se institucionalicen plenamente, y ya se piensa en sumar otras actividades que pueden hacerse a distancia como las finanzas sin bancos, el turismo sin viajes o la medicina sin hospitales.

Una segunda realidad que se consolidó con la pandemia, es la vigencia de una nueva forma de globalización que trasciende a las tecnologías de la comunicación y la información, y se adentra en los campos políticos, ideológicos y culturales, homogenizando principios como la supremacía de la vida y la salud, la responsabilidad compartida, el orden impuesto, y la mayor relevancia de lo universal y colectivo frente a lo individual.

Por primera vez se aplicó una especie de gobierno mundial con mando único, sin parlamento y sin más fuerza coercitiva que el miedo colectivo. Aunque era evidente que, en muchos casos, los especialistas de la OMS conocían tanto de la enfermedad como los médicos de cualquier ciudad, sus recomendaciones y decisiones tenían un imperativo de ley universal y eran acatados por gobernantes y reyes sin mayor análisis, aunque tuvieran consecuencias nefastas sobre las economías de sus países.

Derechos individuales como la libertad de expresión, de protesta, de circulación y transporte, fueron legal y legítimamente limitados en todos los Estados, mientras que el uso del barbijo, el lavado de manos, el distanciamiento social y la vacunación masiva se volvieron normas universales indiscutibles.

Una tercera conclusión fue la clara división entre un sector público poco eficiente, burocrático y corrupto, y un sector privado que, en los hechos, resolvió los problemas concretos de la gente durante la emergencia.

Con muy pocas excepciones, fue el sector privado el que realizó la investigación y desarrollo de vacunas, produjo y suministró equipos, insumos y medicinas preventivas, lo que evitó que las muertes y los contagios fueran incontrolables. Las empresas se dieron modos para garantizar la producción, transporte y provisión de alimentos, material de limpieza y otros; proporcionaron soluciones digitales para mantener la continuidad de instituciones públicas y privadas; garantizaron la estabilidad laboral, impulsaron el teletrabajo y proporcionaron seguridad a los operarios; establecieron programas de apoyo comunitario, proporcionando alimentos, suministros básicos y apoyo económico a las comunidades más vulnerables; y llevaron adelante campañas sostenidas de solidaridad y ayuda a los afectados en comunidades donde el Estado no fue capaz de ingresar.

Más allá de la experiencia traumática de estos 40 meses, tenemos mucho que analizar sobre cómo estas transformaciones van a reconducir el destino de una humanidad, cuya historia reciente se va a dividir entre el antes y después de la pandemia. Ojalá que tengamos la lucidez y la generosidad para aprender de los errores cometidos y, sobre todo, de orientar estos cambios hacia el bienestar individual y colectivo de las generaciones presentes y futuras.

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