Opinión

El futuro en nuestras manos

11 de octubre de 2020, 5:00 AM
11 de octubre de 2020, 5:00 AM

Bolivia vive una crisis sanitaria, económica, medioambiental, social, política-institucional, de gran envergadura. Está en curso una guerra contra un enemigo casi invisible y artero. El coronavirus destrozó el precario sistema sanitario nacional y, provocando la cuarentena, acabó con la economía y el empleo.

Como es conocido, este año, enfrentamos la peor recesión de la historia contemporánea. El Producto Interno Bruto (PIB), que mide la riqueza del país, se contraerá entre un -6 y un -7%, el desempleo será superior al 12%, tendremos deflación y estamos prácticamente quebrados.

El déficit público es del 12% del PIB y las reservas internacionales, nuestro ahorro nacional, están en un valor muy bajo, lo que coloca una presión muy grande sobre el precio del dólar en Bolivia, el tipo de cambio.

En términos medioambientales, una vez más este año nuestros bosques están ardiendo, sin que podamos hacer mucho, y el modelo primario exportador continúa contaminando la naturaleza. En términos sociales, se avecina una enorme conflictividad social, por un lado, movimientos sociopolíticos vinculados al masismo que apuestan a la inestabilidad política volverán a las calles y por otro, diferentes grupos corporativos y regionales se preparan para presionar, por apoyo económico y financiero, a un Estado sin recursos para sobrevivir a la crisis.

En términos institucionales y políticos, el voto está fragmentado entre las fuerzas democráticas y el autoritarismo pulsa en los extremos. El antídoto para ambos problemas: más libertad, participación, desconcentración del poder y, ciertamente, democracia de mayor calidad. Asimismo, la cleptocracia quiere volver. Para detenerla, se requiere de un gobierno legítimo y sólido que dé un shock de transparencia y honestidad en el Estado.

Frente a la cacocracia o gobiernos de los inútiles, de los peores, el desafío es construir un gobierno y un Estado con los mejores, que revalorice el capital humano e impulse tanto la meritocracia como el profesionalismo. Si bien las múltiples crisis asustan, también esta puede ser una oportunidad de oro para un cambio de piel económica, para el reinicio político democrático, para una transformación estructural del poder, para la reinvención de la relación entre el aparato productivo y el medioambiente, para la reconstrucción del tejido social con inclusión y solidaridad, pero, sobre todo, para renovar el patrón de desarrollo apostando al capital humano, desarrollo productivo, inclusivo y verde.

Como pocas veces en la historia del país, el futuro está en nuestras manos. Este 18 de octubre estamos frente al desafío de generar un horizonte de estabilidad y credibilidad con nuestro voto. Como muy bien dice el cientista político Franklin Pareja, está en juego el poder. Estaremos reconstruyendo el Poder Legislativo. La segunda vuelta definirá quién será el presidente.

Los desafíos para revertir las múltiples crisis mencionadas son gigantescos. Requieren de una convergencia social y política única. La historia de la humanidad muestra que en momentos límite, las sociedades y sus liderazgos, para sobrevivir, pactan y luchan junta, porque se necesita de un horizonte de estabilidad y gobernabilidad mínimo. Esto no lo entendieron nuestros líderes políticos democráticos, que fueron incapaces de brindarnos una ruta crítica conjunta y un sueño colectivo. Nos fallaron.

El 18 de octubre, los votantes tenemos la oportunidad de darles la lección más importante para construir: la unidad. Porque está claro que la envergadura de los desafíos económicos, por ejemplo, no son sólo de orden técnico. Un plan de recuperación económica es, sobre todo, una construcción política y social que requerirá de un pacto. De la manera que reconstruyamos el poder, dependerá la calidad, la dirección y fortaleza del crecimiento económico. Salir de 14 años de un populismo -que confundió una burbuja de consumo con desarrollo integral, que prefirió distribuir la pobreza antes que generar valor colectivo- tomará tiempo y un gran esfuerzo colectivo.

En suma, la próxima semana, tendremos el acto electoral más importante de la joven democracia boliviana. Estaremos frente a un desafío de crear: o una nueva geografía política que genere gobernabilidad y, por lo tanto, horizonte de futuro diferente o de profundizar la fragmentación del poder y permitir el retorno del autoritarismo.

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