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12 de diciembre de 2023, 3:00 AM
12 de diciembre de 2023, 3:00 AM

Una de las distancias que separa las prácticas de la primera parte del régimen con la actual es la gran disposición de Morales Ayma por expresarse abierta y largamente, que contrasta con la parquedad del actual presidente. En uno de sus últimos arranques de locuacidad, Morales ha defendido, desde su radio, con gran brío la última gran quema anual, con que se aplican y celebran las leyes y decretos que nos dejó su administración, abriendo nuestro territorio al fuego.​

Con más discreción en la palabra, pero no menor empeño, el gobierno de Arce Catacora mantiene intactas las normas que facilitaron que este año ardieran 3.3 millones de hectáreas, que parecen apocadas ante el récord de 2019, cuando superaron los cinco millones. Este año nos libramos afortunadamente de que el exvice, García, nos explique de que es una tontería preocuparse por el fuego, ya que, si lo comparamos con los incendios de Canadá, son una minucia.

Morales justifica su apasionamiento para defender los fuegos que arrasan bosques, pastizales e inclusive los humedales del Pantanal, al afirmar que “ sin las quemas nos quedaríamos sin alimentos y “los campesinos” sin trabajo e ingresos”. El fuego sería, de acuerdo a esa visión, aceptada y compartida por un número importante de compatriotas, una necesidad ineludible y una marca de “progreso”.

Explotando al máximo la creencia de que no es posible sembrar sin quemar malezas y restos de la cosecha anterior, el ya eterno presidente de las seis federaciones cocaleras, nos amenaza -otra vez- con el hambre, si abrogamos sus leyes incendiarias.

La mentira es demasiado grande y dañina para ignorarla: Al ubicar en un mapa los lugares más castigados continuamente por los incendios, salta a la vista que son zonas donde no se produce nada que llegue a nuestras mesas o sacie nuestra hambre. Si las afirmaciones del jefe del MAS contuviesen un gramo de verdad, los incendios tendrían lugar principalmente en los valles, sean los mesotérmicos de Santa cruz, los de Cochabamba o Chuquisaca que aprovisionan nuestras mesas. 

En cambio, son Santa Cruz y el Beni los departamentos dónde se desatan las quemas, centralmente en bosques, pajonales y otros que son parte de áreas de reservas naturales, parques nacionales y territorios indígenas. Esa tierras, avasalladas por colonizadores y empresarios, corresponden a parte de las 13 millones de hectáreas que el gobierno de Morales decidió que se sumarían a la ganadería, producción de oleaginosas, para exportación y la fabricación de biocombustibles. Es una superficie desproporcionada y básicamente no apta para la agricultura y ganadería.

Los “expertos” masistas quieren millones y millones de hectáreas para sumar a las cerca de cinco millones en actividad, olvidando que Holanda, por ejemplo, el mayor exportador agropecuario del mundo, usa menos de un millón.

En Bolivia las quemas son para desboscar engordando el tráfico ilegal de tierras, muchas veces comercializadas, en venta o alquiler a soyeros y ganaderos extranjeros. Este es el comercio inmobiliario que unifica al gran agronegocio con lo colonizadores, aparte de su idéntica defensa del modelo agrícola de transgénicos y su paquete de agrotóxicos. El tráfico ilegal de tierras es también la fuente del fuego de la violencia y los comandos civiles armados que respaldan sus incursiones y conquista de territorios.

Lo que defiende el “gran quemador” que dirigió al país por catorce años (y muere por volver a hacerlo indefinidamente) es el tráfico ilegal de tierras; un comercio que posiblemente supera en ganancias al de la cocaína, de madera y otros durante su mandato. La incursión del fuego este año en el Parque Nacional Madidi, en La Paz, nos advierte que la minería pirata, impune y socapada por las autoridades, se suma establemente al capitalismo salvaje que es en realidad “el socialismo” del régimen.

La ideología desarrollista, hoy comúnmente llamada extractivismo, es una visión supersticiosa  que cunde entre gran parte de los latinoamericanos, manteniendo el turbio sueño de imitar la evolución económica de las grandes potencias que han envenenado al planeta y nos conducen a su “ebullición”, como lo dice el secretario general de Naciones Unidas.

Ese desarrollismo impulsa al sacrificio de la naturaleza y a estrechar la posibilidad de continuidad de la vida. Por ello, lo que defiende el gran quemador, incinerando inclusive a su organización política, a los sindicatos que le dan cuerpo y sustentan es reaccionario y cortocircuita con sus poses y palabras a favor de la madre tierra.

Las creencias y prejuicios desarrollista se encuentran tan incrustados en tantas mentes que, después que las lluvias se llevó el denso y asfixiante humo que nos envolvió este año, vimos volver a encenderse fogatas para quemar basura y abrojos, en muchos pueblos, ciudades y caminos, generando nuevas humaredas como una especie de tributo al gran incendiario y sus cómplices que obtienen ganancias a costa de nuestro bienestar y futuro.

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