Opinión

El honor de sentirse ignorante

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8 de enero de 2021, 5:00 AM
8 de enero de 2021, 5:00 AM

¿Cuántas veces soportamos la humildad de decir y de reconocer que somos limitados, sobre todo cuando la cosa viene a “la sabiduría” y al poder? De pronto somos todólogos solo porque no creemos que la honrada ignorancia es más noble que el ridículo de pretender pronunciarlo todo y de rebuznar cualquier cosa. Para el caso hasta se nos hace costumbre un adjetivo calificativo.

Asistimos al teatro, a la presentación de un libro o a un experimento, nuestra opinión sobre esto suele ser: ¡muy lindo, precioso, impresionante! Esto tiene de conocimiento como mi sueño de llegar a Marte.

Nuestra sabiduría de pacotilla llega a tanto que somos hasta los mejores entrenadores, los mejores estrategas, los más consagrados políticos. Tenemos nuestros equipos ideales y hasta sacamos el campeonato mundial, cuando en la realidad nuestro fútbol sigue empeorando. Ideamos, eso dicen, sistemas de poder que cacarean la igualdad y hace rato que los procesos de cambio no han cambiado. En la política somos campeones, opinamos y no cambiamos. Nuestros discursos parecen más una terapia alienante que real sabiduría.

Incluso cuando intentamos hablar de alta tecnología o innovación somos atrevidos y decimos que eso que acabamos de oír ya lo practicábamos; todo con tal de no demostrar nuestra humildad y deseos de seguir aprendiendo y de que algo nuevo que escuchamos es un desafío para seguir aprendiendo y creciendo. Esto es como ese prurito de que nuestra autoestima no nos permite reconocer la valía del vecino, aunque en la realidad, el celo, la admiración o la envidia nos mantengan las úlceras a flor de piel.

El drama se pinta más cómico cuando algún buen amigo o amiga nos estrecha la mano en son de despedida y nos lanza la amable oferta: “Para cualquier cosa hermano, llámame”. El punteado de que ese amable es tan poderoso que hasta Mandrake se queda chico y chato en recursos; es tan amable la oferta, que el gran Santo Tomás le pediría consejos para escribir más vías sobre Dios. Es tan amable esta oferta que hasta nos dice que dispone de cualquier recurso y cualquier puerta se le abre por su simple presencia.

¡Sería tan honrado reconocer que no somos tan poderosos ni tan sabios! Seguramente seríamos más propositivos, más soñadores y respetaríamos a los demás ni los tomaríamos como bobos de pacotilla ni como sujetos de engaños, ni borregos que se tragan cualquier pacomia de parvulario.

¿Qué nos cuesta decir con eso no me atrevo, no soy experto en eso, tengo limitaciones? Parece que el disimulo tiende a entramparnos en una suerte de sabiduría de puraq uya (hipócrita). Entiendo que nuestras mentes ni nuestros recursos son infinitos, ni nuestros interlocutores son del todo ignorantes; por el contrario, son muy amables al tenernos cerca y soportar nuestras peroratas y nuestros rebuznos sonoros.

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