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8 de septiembre de 2020, 5:00 AM
8 de septiembre de 2020, 5:00 AM

El país ha conocido esta semana una encuesta de preferencia electoral que en pocas palabras muestra una proyección más cercana a que el MAS gane la elección en primera vuelta debido a una mayor dispersión del voto del resto de las opciones partidarias.

Así, toda la lucha de la movilización ciudadana de octubre y noviembre de 2019 tras el fraude electoral que favoreció a Evo Morales pasará a ser un episodio histórico, muy poco habrá durado esta especie de ‘primavera democrática’ que vivió Bolivia desde entonces hasta que se entregue el poder en diciembre próximo, y el jefe del MAS volverá con más fuerza que nunca, muy probablemente con una insaciable sed de venganza, un rasgo característico de los liderazgos de corriente caudillista, pero además personal del propio Morales.

De consolidarse la tendencia, el MAS tendrá un retorno triunfal al poder y en su recorrido llevará como corte de honor a Carlos Mesa, Jeanine Áñez, Luis Fernando Camacho, Tuto Quiroga y otros líderes menores, que con la irracional dispersión de votos que propiciaron se habrán convertido en los artífices del retorno de Morales al gobierno, del que quizá no quiera salir más hasta su muerte, como Fidel Castro, como Hugo Chávez.

La ‘clase’ política está demostrando no solo no estar a la altura del tiempo histórico que le toca vivir, sino estar emborrachada por el egoísmo, la mezquindad, la irresponsabilidad y mucho de estupidez humana, esa que aun conociendo la consecuencia de sus actos persiste en seguir adelante a sabiendas de que no tiene ninguna chance.

¿A qué juegan? Todos ellos saben que no ganarán la elección, y si lo saben entonces quieren solo un pedazo de la torta, así sean las últimas migajas de la masa, para controlar pedazos insignificantes de cuotas de poder y desde allí negociar beneficios. Y si no es eso, hay que comenzar a pensar seriamente en que en realidad con su fraccionamiento buscan el retorno del MAS. En Bolivia la política es el ‘arte’ de lo posible y la historia ya nos ha enseñado que aquí nada se puede descartar.

Como están las cosas, es probable que no haga falta una segunda vuelta; y si la hubiera, los que apuestan por ella podrían aspirar a tener el gobierno, pero no el poder: las cámaras legislativas se componen con los resultados de la primera vuelta, y allí el MAS volvería a controlar fácilmente más del 50 por ciento de los escaños y con esa mayoría le harán la vida imposible a cualquier presidente que habite al otro lado de la vereda en Plaza Murillo.

El llamado voto útil, que quizá se repita en esta elección como ocurrió el 20 de octubre de 2019, esta vez no tendrá la contundencia del año pasado, porque ahora hay dos nuevos candidatos con apoyo concentrado casi exclusivamente en sus regiones.

Y aun si se repitiera, el voto útil en favor del candidato mejor ubicado después de Luis Arce podría darle al país un presidente sin gobernabilidad, pero sí con mucha inestabilidad, marchas, bloqueos legislativos y callejeros, y escasa legitimidad de hecho, hasta que termine cayendo más temprano que tarde.

Que al menos sepan esos candidatos, enceguecidos por la búsqueda del poder que no tendrán, que la historia recogerá sus nombres como los autores de lo que venga, aunque quizá eso no les importe mucho, como parece no interesarles hoy el destino del país y de su democracia.

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