19 de septiembre de 2022, 4:00 AM
19 de septiembre de 2022, 4:00 AM

Cuando un monte arde, algo nuestro desaparece, se lee en un cartel tallado con prolijidad en los adentros de nuestra querida Bolivia.

El humo de septiembre fue otra vez protagonista del maltrato ambiental y humano que sufre Santa Cruz y gran parte de Bolivia.

Agosto y septiembre son considerados los meses más críticos de incendios forestales. La pérdida de bosque y de animales silvestres es incalculable. Mejor dicho, es calculable, pero nos daría terror y vergüenza saber la verdad. Los registros muestran que, en los últimos 12 años, el fuego ha arrasado con más de 22 millones de hectáreas en Santa Cruz.

Cuando apenas la vegetación se está regenerando, los incendios vuelven y hasta el momento nada logra poner freno al desastre.

El Gobierno nacional reportó recientemente que se han quemado en Santa Cruz, Beni, Tarija y Chuquisaca alrededor de 900.000 hectáreas por incendios forestales desde enero hasta la fecha.

¿Quién quema? A la hora de señalar responsables los dedos de una mano parecen no alcanzar. Por una parte, los responsables de desmontes para ampliar las fronteras agrícolas autorizadas no tienen una gama de brazos operativos. Agricultores que chaquean para preparar el terreno para la siguiente temporada de siembra. Muchos dicen que son controladas hasta que se descontrolan y otros aprovechan hacerlo para confundir con otros fines. Por su parte, el tráfico de madera ilegal hace de las suyas cometiendo delitos ambientales exprofeso. Los ‘toma tierras’ y avasalladores reconocidos se transforman en intocables para cometer los delitos medioambientales más feroces y por supuesto, creando una inseguridad jurídica importante. Otro de los tentáculos de este pulpo pirómano es el narcotráfico que ingresa sin tapujos a las áreas verdes y a las reservas, incluso abriendo brechas para plantar coca o instalar fábricas para su objetivo más vil y condenatorio. Algunas empresas mineras ilegalmente establecidas también saquean espacios a como dé lugar y cometen sin previo aviso el peor de los desastres naturales. Pero, además, este año se vio que las prácticas destructivas cercaban ciudades en varios departamentos justificando viejas prácticas ante la vista gorda, ciega y muda de quienes deben sancionar con la ley en la mano. La explotación insaciable del bosque perfora cualquier anhelo y bienestar general.

Los incendios forestales provocaron que pobladores del oriente boliviano sufran afecciones oftalmológicas y respiratorias, principalmente en 16 municipios.

Otuquis ardió, pero fue controlado en los últimos días. Sin embargo, las llamas ahora amenazan a la Reserva Municipal de Vida Silvestre Valle de Tucabaca, en Chiquitos.

Actualmente Santa Cruz registra 15 incendios activos que afectan a las áreas protegidas de Sararenda, AMNI San Matías y Noel Kempff.

Hablamos de deforestación hasta el cansancio, cuando debemos reponer el daño y hartarnos de socializar la palabra reforestar, para reponer, reestablecer, con ‘re’ de respirar aire puro.

Muchas cosas pueden empezar a cambiar cuando decimos convencidos que no merecemos esto. Es una decisión y una puerta hacia el cambio necesario y consecuente con los valores cruceños, para volver a los verdes bosques y a los cielos más puros de América.

Porque cuando las reservas se acaben, será tarde y sostener que algún día dejaremos de ser destructores de nosotros mismos pareciera ser una inocente ilusión que ya nadie cree, y a la que nadie apuesta, porque sabemos, en el fondo, que algún día es mucho tiempo y jugar con fuego no es negocio.

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