Opinión

El Pacífico

14 de marzo de 2021, 5:00 AM
14 de marzo de 2021, 5:00 AM

Bolivia enarboló su pabellón sobre el Pacífico en 1827. Ese mismo año llegaron sus primeras autoridades: el administrador general de aduanas; un juez de paz; un teniente; un “patrón de bote” y un marino para remos. Durante la Colonia, la costa estuvo bajo autoridad del Virreinato de Lima; antes de los españoles, los “changos”, descendientes de los Uros, pescaban y pagaban tributo a sus señores de la puna. Fundada la república, Sucre encomendó a O’Connor, a nombre de Bolívar, que dirigiera una expedición a la búsqueda de costa propicia para puertos. El militar irlandés, primer jefe del ejército boliviano, llegó hasta el río Paposo. En 1843, Chile dictó una ley determinando que la provincia de Atacama era parte de su territorio. Sin duda, fue la primera vez que el nombre figuró en la geografía de ese país.

Debido a sequías y epidemias, el año 1879 faltó harina en el carnaval paceño para el divertimento popular. El presidente Hilarión Daza apenas lo notó debido a su alegría. Gabriel René Moreno indica que “no se explicaba de otro modo que el presidente de Bolivia pudiera guardar durante tres días la noticia de la invasión de Atacama en uno de los bolsillos de su disfraz y que, en vez de ser colgado de un poste en la plaza pública el miércoles de ceniza, la población de todas las ciudades se pusiera incondicionalmente a sus órdenes”.

Para entonces, Tocopilla vivía del buen salitre de Toco; Antofagasta dependía de una salitrera anglo/chilena; Mejillones se hallaba frustrada de no ser cabecera de rieles y Cobija, capital del departamento Litoral, nuestro primer puerto, el único sin ninguna dependencia del extranjero, languidecía sin actividad. No sólo eso: debido al traslado de desocupados chilenos que propició el General Santa Cruz, el Litoral se hallaba inundado de ellos, con permanente conflicto ante jueces y policías con los escasos bolivianos. La invasión militar ingresó por puertas abiertas de par en par y, a juicio del historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, “en Pisagua las puertas del Perú fueron sacadas de sus goznes y arrojadas a las arenas”. El avance de sus tropas no encontró obstáculo sino en los cálculos muy sesudos de La Moneda. La guerra del Pacífico tuvo la gran batalla del Alto de la Alianza, en las afueras de Tacna, escaramuzas en San Francisco, en Miraflores como en Chorrillos y otras más mientras Chile permaneció en Lima. En la guerra del Chaco, sólo como contraste, nos tocó sufrir las batallas de Boquerón, de Nanawa y Campo Vía, Gondra, Cañada Stronguest, Picuiba, la defensa de Villamontes, las escaramuzas en el Aguaragüe y un larguísimo etcétera que nos significó más de cincuenta mil muertos.

Mientras avanzaba triunfante el invasor, la Quinta División, a cargo del General Narciso Campero, casi inmediato presidente de Bolivia, iba y venía por los laberintos del desierto debido a órdenes y contraórdenes del General Daza y también de motu propio: “Incorporarse al ejército aliado en río Loa; marcha tranquila hasta Tarapacá; caminar a San Cristóbal de Lípez buscando comida para sus dos mil hombres; mejor a Huatacondo; o simule ir a Calama; informe a este jefe desde Cotagaita; no vaya donde le digo y ni diga adonde piensa ir; cruce la cordillera de Los Frailes; vuelva antes de que empiece el frío; si tenemos suerte nos vemos en Oruro”. El mismo Hilarión Daza cruzó el desierto hasta Camarones y retornó sin dar batalla. Al poco tiempo sufrió un tradicional golpe de Estado.

Algo similar nos ocurrió en la diplomacia hasta provocar que Santa María, ministro de Relaciones Exteriores y presidente de Chile, se carcajeara ante el joven, pero ya gran Gabriel René Moreno. Obligado a ser mensajero de explosivos encargos, Moreno (“acostumbrado tan sólo a la especulación intelectual”), fue luego desconocido y traicionado por quienes no tuvieron la entereza y sagacidad para jugar ajedrez en tablero para tres. El tratado de Ancón se firmó sin consultar al aliado.

1879 es el año en que perdimos nuestra condición marítima. (Pese a la guerra del Chaco aún somos chaqueños.) Desde entonces somos la wawa que llora en la oreja de Chile. Como dijo Eliodoro Camacho en la camilla del Alto de la Alianza: “Esta guerra recién comienza. La seguirán peleando nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos”. Es verdad: nosotros nacimos a la república con largo acceso al mar. Antes, nuestros pueblos originarios también lo trabajaban. Modernos, hoy, pensamos que el sur peruano, como el norte chileno, necesitan desarrollarse con la economía boliviana.



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