15 de febrero de 2024, 4:00 AM
15 de febrero de 2024, 4:00 AM

El domingo de carnaval de 2023 asistí a un encuentro familiar. Un pariente me comentó preocupado que vendió una propiedad unos días antes, que fue a recoger sus dólares y el banco no se los dio. No sabía qué hacer para sacar su dinero porque lo necesitaba para pagar otra deuda. Luego de varios intentos fue uno de los afortunados que pudo hacerlo. 

Desde entonces conseguir dólares se ha convertido en una aventura. Ese fue el síntoma del inicio de una crisis cambiaria que en estos días cumple un año.
No fue una sorpresa. En realidad, la pregunta que rondaba en los ámbitos de discusión económica en los meses y años previos es por qué la crisis no aparecía, pues desde 2019 el país tenía reservas internacionales por debajo de los criterios adecuados. 

Cuando estudié crisis cambiaria en mi especialidad en macroeconomía aplicada leí varios documentos, entre ellos uno de mi exjefe Felipe Larraín (exministro de hacienda de Chile) junto con su coautor Gerardo Esquivel (ex vicepresidente del banco central de México). Contrastando los criterios, Bolivia tenía todos los ingredientes para la crisis: alto déficit fiscal, atraso cambiario, expansión monetaria y caída del ingreso por habitante.

Pero la crisis no aparecía. Es probable que la pandemia haya “adormecido” a los agentes económicos en 2020, ¿pero por qué no tuvimos crisis en 2021 o 2022?

Coloquialmente comparaba al país con un enfermo que tenía apenas un litro de sangre en su cuerpo, por debajo de los cinco requeridos. La pregunta incorrecta era cuándo iba a colapsar el paciente (es decir, cuando aparecería la crisis); sino la interrogante correcta era por qué el enfermo seguía vivo (es decir, por qué no había crisis).

Considero que existían algunos elementos que retrasaron la crisis, de los cuales mencionaré dos. El primero es que el país tuvo en estos años otros ingresos externos por actividades ilícitas que mitigaron la salida registrada de divisas, así como la sangría por contrabando de bienes, incluyendo combustible.

Un paréntesis: las exportaciones de oro distorsionaron las cuentas externas. Bolivia no ha tenido la producción aurífera propia como para exportar hasta $us 3.000 millones en los mejores años. Parte de ese oro era de contrabando desde Perú y Brasil, que generó una sensación artificial de masivo ingreso de divisas, que en realidad no lo era y nos confundió a todos.

El segundo es que existen elementos conductuales que habrían moderado la crisis. Ya en 2010 algunas personas señalaban que la economía boliviana iba a colapsar. Y no pasaba nada. Por el contrario, hasta 2014 Bolivia tuvo el segundo auge más importante de su historia. 

Como en la fábula de Esopo, “el pastor mentiroso”, se dijo continuamente que el lobo (la crisis) estaba viniendo y nunca llegaba. Y cuando llegó el lobo (la crisis), no tuvo el impacto esperado. Como corolario, el gobierno debería agradecer a los opinadores que hablaron continuamente de crisis.

La crisis boliviana será un caso de estudio por su tardanza en aparecer como también en la lentitud con la cual han acontecido los hechos, en comparación con otras experiencias en el mundo.

Sin embargo, la falta de dólares ahora es más evidente que antes y se señala que en varios lugares el precio del dólar estadounidense es Bs9. Será la hora de definiciones para resolver la crisis.

Hay dos tipos de respuesta: las correctas, que apuntan a tener más ingresos externos de forma estructural con la participación del sector privado; y la incorrecta que va por la negación y la imposición de medidas de controles de cambios y de restricción a las importaciones.

Esto me recuerda la posesión del presidente de CAINCO en 2019, quien señaló que Bolivia enfrentaba un cambio de ciclo. El entonces vicepresidente del Estado dijo “Es un tema que hay que discutir, pero ¿qué otra opción tiene Bolivia?; ¿Argentina? ¿China?” 

Espero que esa determinación continúe porque hoy estamos más cerca del país del sur, pero no en lo que nos gustaría, el fútbol, sino en los desequilibrios macro.

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