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27 de noviembre de 2024, 3:00 AM
27 de noviembre de 2024, 3:00 AM

El 18 de noviembre pasado, durante la 19ª Cumbre de Líderes del G20 en Río de Janeiro, el presidente Xi Jinping anunció su decisión de “otorgar el trato de arancel cero para el 100% de las líneas arancelarias a todos los países menos desarrollados que tienen relaciones diplomáticas con China”. La medida, que entrará en vigor el 1° de diciembre, puede beneficiar a 46 países con retraso económico pero muy ricos en recursos naturales no explotados.

Para aprovechar esta “generosa” oferta, las naciones beneficiadas (entre ellas 33 africanas y siete asiáticas) abrirán sus territorios y sus políticas a las inversiones y la explotación china que, con esta operación, pretende lograr negocios que van desde diamantes, oro y litio hasta coltán, tantalio y uranio, además de productos agrícolas y pesqueros, por ocho billones de dólares en tan solo cinco años.

Esta acción no es aislada. En 2013, Xi Jinping lanzó el plan denominado “La Ruta y la Franja” (BRI por sus siglas en inglés), un proyecto estratégico que pretende fortalecer el poder de la China sobre el comercio y el desarrollo económico global, liderando la cooperación mundial y la conectividad por tierra, aire, mar e internet. El proyecto ya ha logrado la adhesión de más de 150 países y 30 organizaciones internacionales, en los que ha invertido más de un billón de dólares y que han convertido a China en el mayor acreedor del mundo.

Sin embargo, el BRI no es un plan económico. En realidad, es el siguiente nivel de la política iniciada por Deng Xiaoping, que en 1978 se separó del comunismo ortodoxo al liberalizar la economía, permitir el desarrollo del sector privado y abrir su comercio al mundo. Este cambio estratégico denominado “socialismo con características chinas" salvó al país del destino que hizo colapsar la Unión Soviética, disminuyó sustantivamente la pobreza, y lo convirtió, en pocas décadas, en la segunda economía más grande del planeta. La nueva estrategia del Partido Comunista Chino (PCCh) es utilizar los principios y las debilidades del capitalismo como medios para superarlo y controlarlo, manteniendo las bases y fines ideológicos y buscando la supremacía económica, financiera, tecnológica y comercial por encima del poder militar y cultural.

Jinping está invirtiendo billones en infraestructura y construcción, tecnología e innovación, energías renovables, combustibles y minería, robótica y automatización, agricultura y seguridad alimentaria. Pero además está apropiándose de postulados de occidente como desarrollo sostenible, cooperación para el desarrollo, fortalecimiento de las instituciones y globalización inclusiva.

China entendió que los países solo pueden comerciar si tienen producción suficiente y ésta no puede aprovecharse si no se cuenta con vías de transporte. Con esa lógica acaba de inaugurar en Perú el megapuerto de Chancay, su cabecera de playa que le permitirá controlar el comercio con los países del Pacífico sudamericano y alcanzar el gigantesco mercado de Brasil, sin recurrir al canal de Panamá o rodear el continente por el sur. En coincidencia, el mandatario asiático expresó, el pasado 19 de noviembre, al presidente Luis Arce su interés en desarrollar en Bolivia el tren bioceánico, y financiar proyectos en litio y minería.

Uno de los componentes más relevantes de la estrategia china es utilizar a sus empresas como punta de lanza en su plan de expansión global. Muchas de las grandes compañías chinas que operan en el mundo como la COSCO Shipping dueña del 60% de Chancay, pertenecen al gobierno, y aunque las privadas son muchas y poderosas, el PCCh las controla con medidas como la presencia de células partidarias en sus estructuras, regulación estatal que puede cambiar en cualquier momento, hegemonía sobre la banca, y acuerdos público-privados obligatorios. El Partido vigila que las empresas privadas actúen dentro de las políticas estatales, se adhieran a la ideología socialista y mantengan la disciplina partidaria.

En su política expansionista, factores como democracia, transparencia, soberanía, derechos laborales, igualdad o incluso protección del medio ambiente no son relevantes, y la necesidad o el interés de los países por desarrollar proyectos de infraestructura comercial o productiva hace que se abran a inversiones chinas sin ningún límite, aún ante la posibilidad de dependencias económicas y políticas, e incluso riesgos de seguridad.

Sin duda que la China va a marcar el rumbo del comercio, la conectividad y la producción del mundo en los siguientes años y Bolivia no estará exenta de su influencia.  Sin embargo, la adhesión ciega a la idea de Xiaoping de que “no importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones” puede hacernos perder de vista que detrás de las promesas de ayuda incondicional se suelen esconder planes oscuros que terminan por distorsionar las estructuras institucionales y mantenernos como piezas desechables de un engranaje global que apenas podemos comprender.

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