Opinión

Elefantes blancos

8 de abril de 2021, 5:00 AM
8 de abril de 2021, 5:00 AM

Construir un aeropuerto internacional en medio de la selva de Chapare, instalar una planta de urea en esa misma región y lejos de los centros gasíferos, construir un museo dedicado a un político que goza de buena salud en el altiplano orureño o construir una nueva casa de gobierno, sin haber necesidad, podrá llamársele lo que sea, pero menos planificación. A los políticos les encanta hablar de megaproyectos. De hecho, existe una constante común en esos, siempre son sobrepasados en el tiempo y siempre son sobrepasados en el presupuesto.

Veamos, nueve de cada diez proyectos de esta naturaleza no cumplieron el presupuesto original que lo aprobó. Según un estudio que abarcó los últimos 90 años en 104 países y seis continentes. El Eurotúnel, la Casa de Ópera de Sídney y el Aeropuerto de Berlín, para no hablar del Túnel de la Línea, Hidroituango o del Aeropuerto de Palestina, son obras que a nivel mundial sobrepasaron el presupuesto original.

En los años 70 dos sicólogos, Amos Tversky y Daniel Kahneman, publicaron un texto donde explicaban el fenómeno, no en términos jurídicos o económicos, sino en términos de la siquis humana. En resumidas cuentas, los humanos tenemos una tendencia a subestimar los costos, tiempos y riesgos de nuestras futuras acciones mientras que sobreestimamos los beneficios de las mismas.

Lamentablemente este sofisticado enfoque, ahora validado por la naciente disciplina de la economía conductual, no parece haber permeado los rancios aposentos de algunos políticos administrativistas quienes veneran en el altar del llamado “principio de planeación”, supuestamente una de las estrellas polares de la especialidad.

Es frecuente que invoquen el mantra de la planeación, como un monje medieval invocando cantos gregorianos, para justificar sus posiciones en demandas, contrademandas, denuncias, derechos de petición, aperturas de investigación, pliegos de cargos, sentencias y sendos artículos académicos. El argumento es sencillo y también falaz: si las cosas no salieron como se habían pensado es porque no se habían pensado lo suficiente.

Es siempre muy fácil atribuir un resultado indeseado o inesperado a la falta de previsión del autor. Se supone, según la interpretación administrativista del ordenamiento jurídico, que los seres humanos -en particular si son funcionarios públicos- tienen el don de la omnisciencia, el cual deben plasmar en matrices de riesgo que forman parte del ritual sagrado de la planeación. Este ejercicio, además de estar sesgado, como demostraron Tversky y Kahneman, resulta a la vez inocuo y peligroso. Inocuo porque, por definición, resulta imposible conocer lo desconocido-desconocido (el famoso “unknown unknown” de Donald Rumsfled) y peligroso porque se endilgan brutales responsabilidades personales a quienes fallan en este ejercicio de espiritismo en el que han convertido el proceso de planificación.

Y es que no existe planificación y cuando se hace obras que se convierten en elefantes blancos tenemos que estar muy atentos al papel que juegan los intereses políticos además de haberse convertido en grandes oportunidades para sobreprecios, comisiones oscuras, enriquecimientos ilícito y varios delitos que son muy conocidos pero que son de uso corriente en nuestro pobre país. Obviamente hablar de planificación, de desarrollo humano, salud y educación, de progreso y economía del bienestar son conceptos muy alejados de la mentalidad de nuestros políticos que están ocupados en otros menesteres.



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