Opinión

Elucubraciones pandémicas

1 de junio de 2021, 5:00 AM
1 de junio de 2021, 5:00 AM

La epidemia del Covid-19 fue oficialmente declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo del 2020 y hasta la semana pasada había contagiado a 170 millones de habitantes, y había quitado la vida a más de 3.5 millones de personas. El mundo entero se paralizó con el primer brote, para el segundo nos habíamos adaptado a una vida diferente y con el actual, nos invade la certeza de que falta aún mucho para que desaparezca, y hemos asumido que nunca podremos librarnos del virus pues, si no permanece como epidemia tomará la forma de una endemia.

Baudrillard decía que, frente al mundo de los objetos, “El sujeto se ha visto atrapado en el melodrama de su desaparición”. Quizá algo de esto estamos experimentando. Ya sabemos que lo que se ha denominado la “nueva normalidad” no es mas que la discreta manera de decir que las cosas nunca volverán a ser lo que fueron, probablemente porque muchas de las maneras de ser en que nos desenvolvíamos se han volcado a nosotros en calidad de amenazantes adversarios, (ya es un riesgo el beso en la mejilla, pero también la visita domiciliaria, la asamblea de vecinos, el cumpleaños de la consuegra o el último estreno cinematográfico con taquilla reducida, aunque todos sabemos que reducir la taquilla no reduce nuestro miedo)

De a poco, y quizá sin que lo percibamos, vamos construyendo círculos de protección cada vez más extensos. Suprimimos los saludos, los contactos, los restaurantes, los salones de baile, la cervecería, el pub, el hotel, el parqueo cerrado, el cine, la sala de teatro, el consultorio médico (a no ser que se absolutamente indispensable) y nos esforzamos por estar lo más lejos de todo, caemos de forma silenciosa y lenta en el “melodrama de nuestra desaparición”. Probada la pertinaz insistencia del virus nuestro mundo tiende a borrar las proximidades y extender las distancias. Si hipotéticamente la epidemia no se acabara nunca y como ya sucede, en cada nuevo brote se haga más mortal, llegará un día en que todas las formas de sociabilidad habrán alcanzado el mínimo indispensable y todos quedaremos en la burbuja de nuestra soledad profiláctica, lo más lejos de todos y de todo, “presos del melodrama de nuestra desaparición”

La “nueva normalidad” resulta difícil de definir (sino imposible) porque en realidad tiene muy poco que ver con lo normal, es una educada manera de persuadirnos de que ya todo lo que hasta antes de la pandemia era normal y contemporáneo, es ahora irremediablemente anormal y viejo. Viejo es saludar al amigo con un apretón de manos, por ejemplo. Lo que llamamos “normal” en tiempos de pandemia, es la forma de adaptar nuestros comportamientos sociales, culturales y afectivos a “protocolos” que sabemos que, en el fondo, tienen muy poco de lo que fueron.

Protocolizada nuestra afectividad, nuestra sociabilidad, nuestra manera de ser, quizá dentro de poco se protocolicen nuestros derechos. Ya se experimentan protocolos de identificación holográfica, inserción de chips subcutáneos de seguimiento, prohibiciones severas que eventualmente vetan el derecho a la compañía humana, tampoco se libran las mascotas que podrían ser una tabla de salvación. Se estudia el Covid canino con cierta paranoia

Nos desenvolvemos en un horizonte protocolizado porque todo el peso social caería sobre nosotros si no captamos que la normalidad se ha alterado, y, en consecuencia, mi comportamiento social también debe hacerlo, aunque en una dimensión privada, personal, íntima nos damos el lujo, culposo ciertamente, de hacer las cosas “como antes”, fuera de protocolo. Estas transgresiones peligrosas empiezan a formar parte de los misterios familiares, (todas las familias tienen un secreto dice la sabiduría popular) y seguramente, en un futuro no muy lejano, alguien contará las desobediencias pandémicas, como heroicos actos de insubordinación revolucionaria del valeroso abuelo del siglo XXI, que se negó a entrar en el “melodrama de su desaparición”.

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