Artista, escritora, cantante, investigadora y exdirectora del Musef. Días atrás recibió la Medalla Goethe 2020, una de las máximas condecoraciones del gobierno alemán por su contribución a la cultura. Su labor es más conocida afuera que dentro del país

14 de septiembre de 2020, 16:21 PM
14 de septiembre de 2020, 16:21 PM

Cuenta la antropóloga Denise Arnold que junto al lingüista Juan de Dios Yapita solía trabajar en el ayllu Qaquachaka (Oruro) recogiendo las memorias de su historia y de su tradición oral entre la gente mayor. 

Un día, un grupo de niños liderados por Elvira Espejo Ayca, que para entonces tenía diez años, se les acercaron para preguntarles por qué solo les pedían cuentos a los ancianos y no a ellos, que también “sabían cuentos”. Fue entonces que decidieron escuchar uno a uno sus relatos e incluso sus cantos a su gato. 

Doce de esos cuentos narrados por Elvira e ilustrados por otros niños de la comunidad fueron transcritos por los investigadores y convertidos en un libro Ahora les voy a narrar, que fue finalista del premio Casa de las Américas, en Cuba, en 1994, y la pequeña ganó una mención especial.

Ese ímpetu de cuestionar, de proponer y de contar con su propia voz, que de niña la llevó a interpelar a los investigadores, ha sido un rasgo de la personalidad de Elvira que mantiene hasta hoy y que la ha llevado a ser una destacada artista, investigadora y generadora de puentes de conexión no solo entre las tradiciones indígenas y la modernidad, sino también entre las diferentes disciplinas de las ciencias sociales.

Su labor, que es más apreciada fuera, que dentro del país, ha vuelto a ser reconocida. Esta vez con una de las máximas condecoraciones que otorga el gobierno de Alemania, la Medalla Goethe 2020, por su labor y compromiso con el intercambio cultural. Fue la primera boliviana y la persona más joven en recibir el galardón. Junto a ella también recibieron el reconocimiento figuras como el escritor británico Ian McEwan y la curadora sudafricana Zuwinska Wanner.

Elvira Espejo Ayca nació el 10 de diciembre de 1981 en el ayllu Qaquachaka (Oruro). Su madre es de origen aimara y su padre de origen quechua. 

Desde pequeña aprendió a cultivar la tierra y a tejer con su madre y su abuela y a contar historias por su abuelo Daniel Espejo. Aprendió también la lengua de sus padres y el castellano en la escuela, lo que le permitió comprender mejor esas cosmovisiones y las conexiones entre ellas.

 _¿Cómo recuerda su niñez?
Bueno, yo crecí en mi comunidad y estuve allí hasta mis 15 años donde absorbí toda la educación comunitaria y la educación familiar. En la escuela recibí la educación formal estatal que no es tan coherente con todo lo que uno aprende en la comunidad. 

Entonces tuve esas dos formaciones distintas. Por otro lado, estuve en la universidad y siempre veo esa complejidad que es la dinámica de cómo entendemos desde lo rural, lo urbano y lo periurbano. Es muy importante esa autorreflexión y que nos cuestionemos a nosotros mismos.

¿Cuándo decide irse a La Paz a estudiar a la Academia Nacional de Bellas Artes ?
Terminando el bachillerato, porque el requisito era ser bachiller. Terminé el colegio y busqué esa carrera y la encontré en La Academia Nacional de Bellas Artes de La Paz, que es una de las instituciones más antiguas. En ese sentido es bastante interesante. 

Si no me equivoco, este año cumple 94 años. Allí se han graduado muchas personalidades del arte boliviano. Creo que ha sido muy interesante poder incidir ahí por primera vez con la vestimenta tradicional. Creo que he sido la primera mujer que ha podido incidir de esa manera.

_¿Fue difícil esa etapa?
Siempre es difícil. No puedo decir que no. En aquellas épocas peor todavía. Ahora por lo menos hay algo de equilibrio pero en aquella época fue duro.

Yo no puedo detallar muchas cosas porque son duras. Estamos hablando de una época en las que había muchos prejuicios a la vestimenta tradicional, a que no hablas muy bien la lengua si eres de una raíz indígena. Eran pues momentos muy complicados y uno tenía que vivirlo y hay que hacerlo, si uno tiene el desafío hay que enfrentarlo, así lo hice hasta que me gradué en Pintura y Medios Bidimenensionales.

_¿Cree que sigue costando el acceso de las mujeres indígenas a la educación superior?
Creo que sí. Hay un complejo tremendo de que la educación no es para todos. Hay un problema serio en términos de tener un acceso directo. Las universidades están concentradas en las áreas urbanas y entonces nos obligan a salir a las áreas urbanas para estudiar.

Después concluir su carrera, Elvira retornó a su comunidad, no para repetir lo aprendido en sus años de estudios, sino para recuperar los conocimientos tradicionales de las mujeres en la producción de textiles, el valor que tiene en su vida cotidiana y contribuir en el fortalecimiento de esos saberes a través de lo que junto a Denise Arnold denominaron Ciencia de las Mujeres y que luego fue ampliado con el trabajo que realizó con tejedoras de diversos países

_¿Cómo fue ese trabajo de años con las tejedoras de los andes de Bolivia y de otros países?
En realidad fueron como 20 años de trabajo que comenzaron cuando terminé la universidad y que al regresar a mi comunidad se fortalece. Trabajamos mucho en eso de la recuperación y de repensar el trabajo que ellas hacían. Desde la epistemología, desde las estructuras lingüísticas que es muy importante para trabajar la terminología. 

Fue un trabajo arduo, porque estamos hablando de más de 900 mujeres del país y de distintas regiones como Perú, norte de Argentina, Norte de Chile e incluso parte del Ecuador. Son técnicas y estructuras que compartimos y es un lenguaje que nos une, no simplemente visitando las comunidades, sino también sistematizándolo con los museos. Yo trabajé con el Museo Británico el Smithsonian de Estados Unidos y por supuesto muchos otros de Latinoamérica.

_El desaparecido escritor y periodista Rubén Vargas decía años atrás que: “Así como pasa sin dificultad del quechua al castellano y al aimara, Elvira Espejo también transita con soltura entre la música, la poesía y las artes plásticas”. ¿En qué ámbito usted se siente más cómoda?
Me gusta todo, Soy de la diversidad. No lo voy a negar, pero en especial las Ciencias Sociales. Me gusta leer mucho y siempre estoy con temas de arqueología, historia, sociología, antropología y lingüística. Esas son fuentes que me alimentan y me dan fuerzas para poder entender las dinámicas. Creo que esa es una fuerza que me lleva al área de la investigación que me encanta y me permite poder estar en las comunidades, en los pueblos y comunicarme con una facilidad directa con las lenguas originaria, en este caso el aimara y el quechua. 

Creo que eso me abre varios campos para que yo pueda fluir en distintas especialidades y no estancarme en una sola.






1.- Publicaciones. Es autora de libros fundamentales acerca del textil andino y tres libros de poesía.

2.- Investigación. Más de 20 años de labor con tejedoras de Bolivia, Argentina, Perú, Chile y Ecuador.

3.- MúsicaJunto a Alvaro Montenegro trabajó en la fusión de ritmos andinos con el jazz.

4. Tejiendo. Ha investigado la influencia que tuvieron los téxtiles andinos en el arte occidental.

_¿ Siempre le atrajo la investigación?
Sí, siempre. Desde la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde pude ver que había un vacío de estudios latinoamericanos. En esa época había una visión súper eurocéntrica. 

La historia del arte se veía desde esa perspectiva y he sido la primera en cuestionar esas lógicas piramidales que se tienen en términos educativos. Creo que eso me llevó a entender otras lógicas. No solo del arte, si no en otras áreas de las ciencias sociales.

Creo que las especialidades han sido muy divididas. No creo que se haya visto de una manera amplia. Siempre era la antropología solo para la antropología, la lingüística solo para la lingüística, pero es importante tener una mirada múltiple o diversa que nos la dan otras fuentes. 

En ese sentido, la parte académica tiene que reflexionar y poder acceder desde la multidiversidad hacia un pensamiento diverso. Que no sea desde un punto de vista de una especialidad. Crear puentes de conectividad entre la diversidad de especialidades.

_¿Cómo surgió su trabajo de colaboración con Álvaro Montenegro que se tradujo en el proyecto musical Sonares comunes?
Fue un trabajo arduo. Cada disco nos llevó como tres años, porque hubo un proceso de investigación, otro de producción y al mismo tiempo hay el de una reflexión de la investigación y la sistematización. Trabajamos mucho en entender y estar conscientes de lo que hacíamos. Estamos hablando de un viaje a partir de la música tradicional y el jazz urbano y, desde dos puntos de vista, generar ritmos que conversan.

Durante siete años estuvo a cargo de la dirección del Museo de Etnografía y Folclore ¿Cómo evalúa su paso por esa institución?
Creo que fue un éxito tremendo, porque por primera vez desde América Latina se cuestionó lo eurocéntrico de las exposiciones de los museos. Realmente estoy muy orgullosa de haber aportado con un grano de arena desde Latinoamérica . Se actualizó más del 90% de las salas de exposición en base a la propuesta de la Cadena Operatoria. Es decir, desde la elaboración del objeto partiendo de la extracción de la materia prima hasta el producto final y su vida social. Enfatiza los puntos de vista y saberes de los productores y la interpretación de ese proceso productivo sociocultural.

_Con el nuevo gobierno fue retirada del cargo ¿A qué cree que se debió?
Por más que hagas las cosas de la mejor manera, si la coyuntura política no es favorable van a ocurrir cosas así.

_¿Sigue siendo difícil ser mujer e indígena en un país como Bolivia?
En esta coyuntura es lo más complejo y difícil que hay. El mejor ejemplo es mi retiro del museo. Imaginate ganar un galardón que reconoce una dinámica que replanteó la museografía llevando pensamientos y saberes bolivianos al exterior en armonía con los que llegan y luego ser destituida. Da para pensarlo (risas)



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