Opinión

¿Es Bolivia la Colombia 2.0 del narcotráfico?

21 de octubre de 2021, 5:00 AM
21 de octubre de 2021, 5:00 AM

La presencia de grupos irregulares que defienden, promueven y organizan el narcotráfico en Bolivia, ya es una lamentable y peligrosa realidad para todos los bolivianos.

De hecho, el negocio de las drogas en el país, literalmente, se “terciarizó” en campesinos y jóvenes que buscan dinero fácil, en pequeños fabricantes (Mypes y Pymes), transportistas, pilotos, dirigentes sociales, policía, presencia de delincuencia organizada de Brasil como el PCC (Primer Comando de la Capital), el Comando Vermelho, políticos zonales, distritales, departamentales, nacionales, vendedores al menudeo, donde todos los involucrados tejen una gigantesca telaraña ilegal de camiones, barcazas, avionetas, minibuses, transportistas rurales y periurbanos que llegan y contaminan con su mercadería a todos, las ciudades, países, a la frontera con Paraguay, Chile, Brasil y, de ahí, a todo el mundo.

¿Cómo se explica esto? Los expertos aseguran que a diferencia de los temibles cárteles mexicanos y colombianos de la época de Pablo Escobar y del Chapo Guzmán, a comienzos del nuevo milenio los monopolios empezaron a erosionarse y, concretamente, a fragmentarse en pequeños grupos familiares y en zonas delimitadas. Lo que no impide que en el corto plazo, se vinculen en cárteles en defensa de territorio, mercado e influencia.

La pugna entre los cocaleros de Yungas y de Chapare por el edificio de Adepcoca, es una clara muestra de esta pugna de poder político y de territorio entre dos facciones -cárteles- que producen, cultivan y venden hoja de coca, que en su enorme mayoría está destinada al narcotráfico.

Un reportaje publicado por un matutino español sostiene una realidad muy inquietante: en 2017, la producción de cocaína fue la más alta de toda la historia de la humanidad: más de un millón de toneladas. Ya por el 2018, la Unión Europea rompió todos los récords conocidos en incautaciones: 110 mil toneladas de cocaína en un solo año y, de acuerdo, con el Observatorio Europeo de Drogas, 18 millones de europeos de entre 15 y 64 años son adictos a la droga.

Pero, además, el mercado de consumo se amplía hacia el sudeste asiático y Australia demanda cocaína con mayor asiduidad al igual que las ciudades capitales de Latinoamérica, con mayor foco en las clases empobrecidas de las urbes en desarrollo. En México de cada tres pesos mexicanos, dos provienen del narcotráfico: una contaminación absoluta de la economía y la política.

Entre 2005 y 2018, el cultivo de hojas de coca se duplicó en Colombia -según el Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos 2018, de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudd)-, y también se han incrementado en Perú y Bolivia.

Otro dato: la tecnología y los avances en la agroindustria estarían favoreciendo enormemente a la industria del narcotráfico. La modernización productiva y nuevas técnicas agrícolas más eficientes, de fertilización y control de malezas y plagas permiten introducir variedades con mayor productividad, más resistentes al clima y a los patógenos, que mejoran la cosecha del alcaloide.

Entonces, el panorama es siniestro. Si a esto sumamos la ya rutinaria noticia de ajusticiamientos en Cochabamba y en otros pueblos de Beni, incluso en El Alto, quiere decir que Bolivia ya ingresó de lleno a la fase 2.0 de Colombia. Esto es gravísimo y es un desafío del Estado controlar, fiscalizar y luchar de frente contra este flagelo: la pregunta es si será una decisión políticamente correcta o los narcococaleros seguirán siendo la lacra dominante de este país.

Javier Medrano es Comunicador Social


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