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5 de febrero de 2024, 4:00 AM
5 de febrero de 2024, 4:00 AM

Claudia Vaca / EDUCADORA Y ESCRITORA


El inicio del año escolar en Bolivia marca una ocasión significativa para reflexionar sobre el estado actual de las escuelas en el país. Como alguien que estuvo vinculada directamente a la educación en Bolivia hasta 2014 y, actualmente, se dedica a la investigación educativa y cultural, he sido testigo de los desafíos en el sistema educativo, además hice toda mi primaria e intermedio en escuelas públicas, de ciudad y de pueblo, ya los 3 últimos años tuve el privilegio de lo privado, gracias al sacrificio de mi madre y abuelo, por méritos propios conocí la universidad pública y privada.

El año 2023 dejó al descubierto diversos problemas en las escuelas bolivianas (PNUD, Cepal y Unicef, Unesco), desde delitos cometidos por profesores hasta vulneraciones de derechos laborales. La situación incluye abusos de poder, corrupción, evaluaciones convertidas en productos comerciales, acoso sexual y psicológico, y hasta tragedias como la muerte de una niña, la falta de diagnósticos de salud mental en escuelas públicas.

Esta crisis ética en las escuelas refleja un patrón de conducta normalizado entre los adultos, generando un entorno donde las violaciones a derechos son moneda corriente. La normalización de conductas perjudiciales, como el acoso y los comentarios inapropiados en entornos escolares, ha contribuido a la actual crisis.

Las escuelas seguras son esenciales para el bienestar de la población infantojuvenil, y es responsabilidad de todos los bolivianos, dentro y fuera del país, contribuir a este cambio. ¿Cómo definir una escuela segura?, pues implica acciones y conductas que generen dos principios básicos para sentir seguridad: confianza y calma. Una escuela segura no provoca estrés por la vestimenta, el ingreso al baño, las evaluaciones, o las interacciones con profesores y compañeros. Brinda apoyo en dificultades, evita situaciones incómodas y fomenta un entorno de aprendizaje positivo.

La corrupción en relación al modo de transferir el conocimiento y consolidar un camino de aprendizaje en el estudiantado cala profundo, porque normaliza estas conductas que se repetirán en la vida profesional y personal adulta. Esta crisis ética se puede resolver, las denuncias registradas evidencian que la población infantojuvenil está rodeada de adultos que no están sanos (Segato, Vaca, Bizama, 2021), y hasta que estos mismos adultos no asuman con seriedad su restauración de salud lo que aporten será mediocre, porque también tuvieron infancias violentadas, pues reproducen esa violencia inconsciente o conscientemente, la crisis es estructural y requiere honestidad con cada uno de nosotros mismos.

Esta crisis ética en las escuelas es producto de un patrón de conducta normalizada en los adultos, y lo que se considera normal, pues se permite, y ahí radica el problema mayor, porque al estar normalizado el insulto, el acoso, los comentarios fuera de lugar en relación al cuerpo y forma de vestir de una persona, sea estudiante, profesorado, etc. las bromas de doble sentido en entorno escolar, los llamados “piropos” como parte de una cultura de la cercanía, que confunde cercanía con comportamiento invasivo emocional y físico, es decir está validada la “cultura del delito”, desde las altas esferas de poder político nacional hasta cada rincón de las escuelas y espacios del país.

Una escuela segura en el siglo XXI (Unesco, 2015) es aquella que cuenta con psicólogas, psicopedagogos, fonoaudiólogas, filólogas, sociólogos de la educación, médicos escolares, etc. que hacen diagnósticos tempranos a profesores y estudiantes, para favorecer la enseñanza y el aprendizaje, aquella que cuenta con actividades extracurriculares y que si algún estudiante no puede financiarlas, esa escuela ofrece becas socioeconómicas familiares cruzadas (primos, hermanos, etc.) facilita el acceso a todas las oportunidades (ODS 2030, UNESCO 2016), si hay viaje de estudio y alguna familia no puede financiar ese viaje a su hija, hijo, esta escuela gestiona sus redes internas para que ningún estudiante quede excluido por motivo monetario. Una escuela segura no saca a los estudiantes de clases o del examen porque los padres no pagaron la cuota, esto está penalizado por ley (Unesco, 2015, Unicef 2012, PNUD 2021) y se puede denunciar.

Una escuela segura en el siglo XXI es un espacio donde se involucra a la comunidad escolar con la ciudad, con los centros culturales, bibliotecas, con las bienales infantojuveniles que son propias de ciudades desarrolladas a lo largo y ancho del planeta.

En resumen, una escuela segura ofrece un entorno propicio para el aprendizaje, su infraestructura es resistente y capaz de adaptarse a emergencias, asegurando el derecho a la educación incluso en situaciones de crisis socioeconómica, familiar o política. Lograr escuelas seguras es un llamado a la acción colectiva para construir un futuro educativo sólido.



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