17 de marzo de 2023, 4:00 AM
17 de marzo de 2023, 4:00 AM


Navegando en alguna de las redes sociales más populares, ¿les ha pasado que comienzan a aparecer publicidades, noticias, e incluso publicaciones de otros contactos, con temas y cosas en las que ustedes estaban pensando o trabajando, en ese período de tiempo? De repente, “de la nada”, se ven asediados por una ingente información que, aparentemente, no habían solicitado. Como si, por arte de magia, alguien les hubiera adivinado sus deseos y pensamientos.

Eso que parece encantamiento, y que cada vez nos sorprende más, tiene una respuesta prosaica: la inteligencia artificial —presente en el algoritmo de la red social—, nos muestra aquello que queremos ver. La máquina, ahí adentro, “adivina” nuestros deseos. Nuestros gustos y preferencias se muestran como un espejo, medio deformado, en los contenidos que consumimos digitalmente.

El historial de nuestras búsquedas, visitas o compras es material suficiente para que, a través de esa huella digital, se construya un perfil de nosotros y de lo que nos interesa o podría interesarnos. Un inofensivo clic en algún sitio, un pinchazo involuntario o al descuido, es suficiente para que en nuestras próximas navegaciones estemos tentados de picar con notas, productos o servicios semejantes o complementarios. Estamos siendo “espiados” las 24 horas del día y alimentamos inmensas bases de datos que preparan ofertas a la medida de nuestras predilecciones, conscientes o inconscientes.

Las plataformas de servicios de streaming por suscripción —para ver series y películas—, son menos invasivas o sorprendentes en su oferta: al terminar de ver la temporada de una serie o una cinta cinematográfica, ya nos tienen preparado un menú: “Porque disfrutaste de…”, y ahí mismo nos recomiendan audiovisuales semejantes o del mismo género. Esto hace que seamos espectadores previsibles y reiterativos y nos movamos dentro de lo que, supuestamente, hemos elegido. Pero, en la realidad, dentro de la infinita oferta que disponemos, no vemos lo que queremos, sino lo que el algoritmo deduce que queremos y nos quiere complacer. Permanecemos en un espacio conocido y predecible y optamos por “elegir” lo que nos ponen en bandeja.

En un ensayo, Yuval Noah Harari, señalaba que el “libre albedrío no existe” y que “somos animales pirateables, proclives a ser manipulados”. Y esto lo saben muy bien los que hacen marketing político y que tienen un ejército de guerreros digitales (cyberllunkus, monos alados) intentando manejar la opinión pública con propaganda, mentiras, medias verdades y una abierta manipulación de la información que inunda el vasto mundo digital e intenta influir en nuestra forma de votar o vivir.

El exceso de ofertas nos abruma y ocasiona ansiedad, debido a eso agradecemos el filtro que nos proporcionan los algoritmos que facilitan la selección y decisión de contenidos a consumir. Sin embargo, esas recomendaciones nos mantienen dentro de ciertos parámetros de preferencias personales y evitan que podamos explorar y descubrir otras perspectivas que no sean una caricatura de nosotros mismos. Habrá que atreverse a desoír la flauta digital de Hamelin y romper filas para ir contracorriente.

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