Opinión

Evo y el golpe

23 de marzo de 2021, 5:00 AM
23 de marzo de 2021, 5:00 AM

Suele pasar, decía Zavaleta, que las convocatorias más reaccionarias producen un efecto del todo democrático. Esto es exactamente lo que ha sucedido con la teoría del golpe que el régimen de Arce-Morales pretende instalar en la subjetividad social boliviana. Cuanto más intensivo y extensivo es el intento de difundir el absurdo relato, mayor fortaleza muestra la certeza de que la razón exclusiva de su estrepitosa caída se debió al escandaloso fraude. El intento de actualizar el argumento que en un principio le valió cierto apoyo internacional, lo único que ha producido es la urgente necesidad de desempolvar los hechos históricos, desenmascarar las verdaderas razones de tan sui generis argumentación y poner las cosas en su lugar.

Para los que experimentamos los 14 años de régimen evista, resultó de alguna manera “natural” que Evo Morales recurriera a una patraña de esa talla. Los casi tres lustros terminaron haciéndoles creer que podrían argumentar cualquier estupidez sin el menor peligro de respuesta ciudadana, incluso inventarse un golpe de Estado con la misma facilidad con la que un senador masista se inventó un pueblo para robarle plata a los campesinos de su propio partido.

Las cosas sin embargo no parecen tener ahora el mismo efecto. Pese a que la teoría del golpe ha sido hasta ahora la única actividad seria de Arce Catacora, cuanto más empeño le pone, mayor es la respuesta adversa. La despatarrada teoría del golpe ha desnudado el proyecto totalitario que el masismo decidió instalar en el país. El resultado tangible se deja ver como una inmensa brecha entre el Estado y la sociedad civil, un espacio en que el enemigo principal no es ya el imperio, sino todo el que no participe de su discurso, es decir, vemos a un Evo contra la inmensa mayoría de la sociedad boliviana que no desea su retorno.

Cuanto más empeño le ponen en argumentar que el Gobierno de Áñez fue inconstitucional y antidemocrático, mayor es la conciencia de que fue el mejor intento democrático por recuperar las libertades confiscadas por el autoritario régimen del MAS. Cuanto mayor es la intención de hacerle creer al pueblo que fue un golpe, mayor es la certeza ciudadana de que Evo no puede volver.

Esta dialéctica entre la democracia y la dictadura ha alcanzado ahora su punto liminar. Evo Morales sabe que si pierde la oportunidad de volver, todas sus mejores posibilidades se suprimen. También sabe que de no instalar adecuadamente en la conciencia ciudadana una patraña como la del golpe, lo único que logrará es incrementar al infinito la indignación ciudadana que, por su experiencia en octubre del año pasado, ahora sabe que en las calles puede vencerlo.

Frente a esta dinámica (que en realidad más le resta que le suma) ha decidido una estrategia de radicalización progresiva que no tiene límites. Persigue, encarcela, intenta que sus acciones se muestren como un escarmiento al mejor estilo de García Meza, Pinochet o cualquier otro dictador del pasado reciente sin el menor esfuerzo por disimular la dosis antidemocrática y dictatorial de sus acciones. Lo anima la certidumbre de que hemos alcanzado el punto en que la disputa entre la democracia ciudadana y la dictadura evista está en un momento en que no hay ya más alternativas, o es una, o es la otra, aunque este irreconciliable trance le cueste a Bolivia una guerra civil. Una etnoguerra de dimensiones teocráticas.

La fórmula que subyace a este esquema pasa por incendiar el país con el argumento del golpe. Convulsionarlo al extremo de que las partes en conflicto participen de la contienda con la seguridad de que no habrá otra oportunidad, o se protege la precaria democracia que dejó la salida del caudillo, o el país se somete a un régimen de corte chavista o cubano, es decir, de largo alcance y consecuencias devastadoras. De alguna manera la ciudadanía percibe que esta es la madre de todas las batallas, tanto como el evismo y el masismo perciben que esta es su última oportunidad.



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